La Caja Negra

In ictu oculi en las tintorerías de Sevilla

El perchero de una tintorería con un traje de rey mago de la cabalgata de Sevilla.

El perchero de una tintorería con un traje de rey mago de la cabalgata de Sevilla. / M. G. (Sevilla)

Los edificios hablan cuando los buenos arquitectos dejan testigos en los muros para que sepamos cómo eran antes de una rehabilitación. Donde hubo un templo queda una cruz. La cera derramada que chirría al paso de un vehículo es un aldabonazo que nos golpea el corazón tras cada Semana Santa pasada. El tarjetón de la caseta que de pronto aparece en el bolsillo interior de la chaqueta cuando acudes a una calurosa boda de junio te evoca hermosas tardes bajo la sombra de los árboles de Gitanillo de Triana. La ciudad habla, está continuamente clamando más allá de las placas oficiales. Solo hay que saber fijarse en los detalles, dejarse sorprender, abrir bien los ojos y tener entreabierta las puertas del altillo de la memoria. 

Las tintorerías de la ciudad marcan el paso del tiempo, son huellas bonitas de las horas felices, intensas, irrepetibles. En los percheros ves estos días, ay, los trajes de la cabalgata finita. In ictu oculi. Todo pasa. Y tanto que pasa. Solo los reyes se quedan con su séquito de personajes.  

El horizonte de meses de espera que parecía una feliz travesía desapareció en un plisplás azucarado. Y queda en el recuerdo como un paisaje de Laffón. Intuido, hermoso y que cada cual completa con su experiencia. Un traje de rey mago, un vestido de flamenca, una túnica de nazareno, una bata rociera, una chaqueta marinera de primera comunión... Así pasa la gloria de Sevilla. Tic-tac. El traje que hoy ves en pleno fulgor estará mañana en un perchero, una vitrina, un museo particular...  O hasta un armario apretado por el resto de prendas. Pero hoy está ahí, tal vez a la vista por última vez de quienes saben pasar página, pero sí recordar con discreción el gozoso pasado. De las carrozas hay que saber bajarse casi tanto como saber subirse, las cofradías hay que recogerlas y hasta el año que viene, los tubos de la Feria se desmontan todos los años y, cómo no, no hay mejores torrijas que las que se comen en temporada. Finis gloriae mundi. Dios está hasta en los pucheros. Y el reloj de Sevilla en una tintorería.