Política

Javier Millán, el pescado vendido

Javier Millán

Javier Millán / (Sevilla)

Millán ha estado muy mal aconsejado. O, dicho de otro modo, no lo han querido bien quienes en apariencia pretendían ayudarle. Le han hecho creer lo que no era, lo han arrojado a una piscina de playa... en invierno. Sucia y con ranas. El portavoz de Ciudadanos en el Ayuntamiento estaba sentenciado por el aparato desde que Albert Rivera llegó a Sevilla el pasado julio y proclamó que no estaría de mas buscar un Manuel Valls para luchar por la Alcaldía. Hace muchos años que alguien me explicó que en política no se puede hacer casi nada sin el apoyo del aparato.

El aparato nunca habla, no existe como tal, es el vacío, lo es todo y nada al mismo tiempo. Es una persona, todas y ninguna a la vez. Al aparato hay que interpretarlo como al viento. Cuando el PP orilló a Raynaud de las municipales de 2007, nadie dijo nada más allá de un teletipo de agencias que citaba fuentes del partido. Ypasaron días y días hasta que apareció Zoido, siempre después de que Soledad Becerril rechazara el retorno a la vida municipal en un almuerzo con Arenas en Becerrita. Monteseirín fue poco a poco notando el frío de un PSOE que consideraba que ya estaban bien los doce años de alcalde. Y lo quitaron (o se quitó) antes de saberse que el elegido era Juan Espadas.

La historia no se repite, la historia es la misma, enseñaba el viejo catedrático de Derecho Romano. No se puede pretender gobernar una ciudad con los esquemas de los años ochenta a riesgo de hacer el ridículo, porque la Sevilla de hoy tiene poco que ver con la de entonces. Millán, como decía la campaña ochentera sobre el Metro, estaba en su propio túnel sin salida cuando se enfrentó a Albert Rivera nada menos que en la ponencia en la que se fijaba el ideario político de la formación. Desde muy pronto le echó un pulso a su propio partido, amagando con maripandis con Juan Marín, hoy vicepresidente de la Junta de Andalucía. Millán quiso pronto brillar por sí solo, tal vez porque se reunió de dos o tres compañías que no lo quisieron bien.

Millán lo tuvo todo, prácticamente todo, y él sólo lo perdió... todo. Las grabaciones en las que ponía a caldo al partido y varios de sus compañeros lo dejaron al desnudo. No supo nunca guardar los equilibrios, quizás porque se creyó emperador de la loseta. No supo interpretar la ciudad de hoy. Creyó utilizar a algunos, cuando en realidad él era el utilizado. Adquirió muy pronto los vicios de la vieja política, como los malos conductores que dejan de usar los intermitentes e invaden la raya del carril en cuanto aprueban el carnet.

Ahora no le queda ni la posibilidad de arrojarse a unas primarias, porque sencillamente no puede haberlas al no cumplirse los requisitos que exigen los estatutos.

Tal vez podría aprender de un señor llamado Jaime Raynaud, que los últimos meses como concejal (desprovisto ya de la estola de portavoz) dio uno de los ejemplos de mayor elegancia que se ha visto en la Plaza Nueva: cumplió con los Plenos que restaban, participó en el Corpus y hasta casó a una pareja. No puso palos en la rueda del partido. Y hoy es viceconsejero de Fomento. Claro que Raynaud jamás tuvo un jefe de gabinete expulsado de un Pleno, ni compañeros de bancada enfrentándose en las redes sociales con el líder de Facua. ¿Esto era la nueva política?Joder, qué tropa.

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