Perfil de Manuel Clavero

El balcón de los pasos perdidos

Manuel Clavero Arévalo

Manuel Clavero Arévalo / Rosell (Sevilla)

DESDE el balcón se ve la Sevilla del 29, regionalismo que se mantiene en pie porque no hay mejor forma de mantener el patrimonio que garantizando su uso. Se admira el río y se aprecia la cuadrícula urbanística de Los Remedios, barrio de escuadra y cartabón que en muchos casos se ha quedado varado en los tiempos de Lauren Postigo, que no suena a Baratillo sino a Andaluz, éste no es tu referéndum. Gabriel Rojas acertó cuando apostó por construir en Los Remedios cuando allí sólo estaba el convento. Pensó que si desde la explanada de República Argentina se otea a la perfección la Puerta de Jerez, por qué no querría la gente vivir al otro lado del río. En el mismo balcón se pueden dar hasta 21 pasos y formar tres filas de público, más que en muchas capillitas, tabernas y despachos profesionales de la ciudad. Un buen balcón con unas buenas vistas dan para pensar mucho.

La expresión del Estado es el vacío. Clavar la vista en el cielo infinito desde tu propia casa es la expresión de la libertad. Es como disfrutar de la lluvia sin mojarse. A Juan Pablo II le encantaba oír la lluvia desde la basílica de San Pedro. “La lluvia es una bendición de Dios”, proclamaba con el baldaquino de fondo. Hay vistas que también son una bendición. Dar 21 pasos al aire libre sin salir de casa y respirando el aire de la calle tiene que ser como ciertos sacramentos: imprime carácter. El 21 es un número bonito. Rima con el 151, el de la autonomía andaluza. Manuel Clavero Arévalo (Sevilla, 1926-2021) se inventó el artículo 151 de la Constitución en su casa con Herrero de Miñón, aquel político que estaba llamado a ser el líder de la derecha del tardofranquismo. A Dios por la belleza. A la autonomía por el 151. El Congreso tiene su salón de los pasos perdidos. Y la casa sevillana de Clavero tiene un balcón de los pasos perdidos.

La casa está trufada de libros. Por los libros los conoceréis. Sevilla vista por Atín Aya. El boletín de la Hermandad de los Estudiantes. El tomo granate de las personalidades de la Universidad de Sevilla. Las revistas de Abengoa. Vocabulario andaluz. Historia de la Universidad de Valladolid. Una biografía de Adolfo Suárez, el presidente al que Clavero provocó fuertes dolores de cabeza. Rumbo a lo desconocido. Una obra en homenaje a José Luis Prats, alma máter de Emasesa. La Celestina. El Ideal Andaluz. El habla andaluza. Delfines y tiburones. Juan XXIII. Córdoba y su Cabildo Catedralicio. Mirando las dos orillas. José Bono, les voy contar. Mitos del pensamiento dominante. La Inquisición. Rusia no es culpable. 1934: el movimiento revolucionario de octubre. La ladrona de libros. Mis amigos muertos. Andalucía: cambio y encuentro con el nuevo milenio. Los lomos de los libros hablan, son voces. Cantan las pasiones, los cambios de régimen político, las aficiones, los regalos… Los libros hablan como hablan las ausencias de libros. Una casa hiperpoblada de libros es un jardín botánico, donde todo está por estudiar. Y cada planta, cada libro, tiene su valor.

Clavero es la Transición, el 23-F, la alta política, la dimisión por antonomasia, una idea de Andalucía, un símbolo, una leyenda viva. Clavero es la visita a la Zarzuela para despedirse del Rey: “Señor, vengo a comunicarle que hago una cosa que usted no puede: dimitir”. Y se fue a Barajas a coger un avión. Y llegó el avión y había una multitud esperándole cuando ya no era nada. Los pelotas de cámara del PSOE sevillana esperaban a Guerra cada viernes en San Pablo para hacerle la corte porque Guerra era el capataz del gobierno de Felipe. Pero Clavero se bajó del avión como ex ministro cuando en España no dimitía nadie. Y a pesar de que ya no portaba la cartera ministerial de Loewe, estaba también al pie de la escalerilla un gobernardor civil para anunciarle que sí tendría la condecoración propia de los ex ministros para acallar ciertos rumores que apuntaban a una supuesta cicatería de honores. Clavero llegó, vio y cogió un taxi. Se plantó en su casa, donde estaba el balcón de los 21 pasos, los libros y las raquetas de tenis.

Siempre ha jugado al tenis de blanco, pero sin sofisticaciones. Aún se recuerdan sus sencillas zapatillas blancas en las que pegaba unos cortes para que el pie estuviera más holgado. Jugaba con Pepe García de Tejada, que usaba alpargatas de costalero. Fueron campeones de Andalucía. Y en Valencia se quedaron sin ser campeones de España. Nunca dejó el tenis, ni siquiera siendo ministro, cuando tenía derecho a usar las pistas del club Puerta de Hierro de Madrid. Clavero, el del café para todos, ha jugado al tenis por casi toda España. Y en Sevilla, además, con el sastre José María O´Kean y el radiólogo Ángel Rodríguez de Quesada. De los 18 a los 82 años, siempre jugando al tenis. Dos dígitos más para una vida simbolizada en los números. Andar 21 pasos da para mucho: para evocar la Constitución de 1931 que sólo daba autonomía directa a Cataluña y el País Vasco, para evocar a Ortega y Gasset, precursor de la teoría del café; para añorar Punta Umbría, para rememorar los días agrios en los que tuvo que irse al grupo mixto de los diputados, orillado por voluntad propia ante la actitud cerril de la UCD con Andalucía, e incluso para recordar con afecto ciertos viajes junto a Sus Majestades los Reyes en el 77. “Menos mal que ganó el Betis la copa, si no se llena Madrid de banderas vascas”, le comentó Doña Sofía en Valencia algunos días después de aquel histórico partido en el Calderón: Iríbar, Esnaola, penaltis y la locura verdiblanca.

Desde el balcón se ve el río, sí. Y el restaurante Río Grande, donde Clavero se dirigió a Escuredo en el enésimo intento por desbloquear el proceso autonómico andaluz tras un referéndum que se quedó encasquillado en Almería: “Rafael, esto no puede quedar así”. Y Escuredo le propuso almorzar con Felipe y Guerra para iniciar el desbloqueo ante el gobierno de la UCD. La historia es conocida. Hoy, un paseo por ese balcón sirve para comprobar cómo Andalucía marcaba un debate nacional de altura, lejos aún de corruptelas de café y de largas listas de imputados por los ERE. El proceso quedó desbloqueado sin necesidad de repetir el referéndum en Almería. Para el acto donde quedó sellado el acuerdo político, el presidente Suárez hizo una petición a Felipe: “Que no esté Clavero”. La UCD hocicó, pero no quería tener delante a quien había sido clave. El niño criado en la Puerta Osario, junto a la fábrica de harinas de su padre, estaba ya en la historia. Y al pasar los años nunca miró con rencor a Suárez, todo lo contrario. Se hubiera mirado a sí mismo con rencor de no haber dado el paso que tenía claro que debía dar: levantarse del mullido sillón y coger un taxi antes de tragarse el sapo antiandaluz de la UCD, ese sapo que aún tiene atragantada a la derecha en Andalucía como una maldición.

La infancia son recuerdos de la Semana Santa en las sillas de Sierpes oyendo las saetas de Antonio Mairena y Fosforito. Entonces los nazarenos no eran muy disciplinados. Se oía la broma del extranjero que oyó decir a un penitentes: "Tenme la cruz que me voya dar un latigazo". Y, claro, el extranjero pensaba: "Hay que ver, menuda disciplina. ¡Se sale de la cofradía para darse latigazos!" Y la verdad es que el penitente iba a tomarse una copa a un bar. La juventud son recuerdos de salir de nazareno junto a su padre en el Gran Poder, siempre a pie desde la casa familiar de la Plaza Padre Jerónimo de Córdoba hasta la vieja parroquia de San Lorenzo por el camino más corto. La basílica no estaba aún construida. Los Clavero no faltaban los viernes del año a la cita con el Señor.

La vida es un balcón. 21 pasos. Una devoción al Señor reflejada en un número muy bajo en la nómina de hermanos. Una vara de rector en la presidencia de la cofradía de la Universidad junto a un hermano mayor llamado Ricardo Mena-Bernal con el que siempre se entendió a la perfección y con el que asistió a alguno de los primeros ensayos de las cuadrillas de hermanos costaleros. Un cuadro de la Virgen de Guadalupe en la entrada de una casa acogedora. Una Universidad con crucifijos en las aulas. Un tono de voz estilizado, de los que no se da ninguna importancia. Un forma de ser tan natural como el público a pie de calle cuando se dirige al periodista de alcachofa: “Antolín, ¿esto cuándo sale?”

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