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Literatura y pensamiento

Una década prodigiosa para los libros

José Luis Rodríguez del Corral

Escritor Se inicia una década plagada de incertidumbres y desafíos en todos los órdenes de la vida. De lo más pequeño a lo más grande, desde las decisiones más nimias a las magnitudes de la macroeconomía, todo está afectado en sus cimientos y sujeto a un terremoto de una imprevisible capacidad de destrucción. Pronosticar los cambios que pueden producirse en ese horizonte temporal, incluso en un sector tan asentado como el del libro, es seguramente un empeño baldío; sin embargo, anticipar el futuro, imaginarlo, condicionarlo en la medida de lo posible, es algo absolutamente necesario, porque ni la vida, ni la naturaleza, ni la historia tienen planes, pero las personas y las empresas, sí. No hay más remedio.

¿Qué pasará con los autores, con las editoriales, con las librerías? ¿En qué posición estarán, si es que sobreviven, dentro de diez años? ¿Cuánto se transformará, sobre todo, el hábito de la lectura? ¿Desaparecerán los libros como los hemos conocido hasta ahora, en papel? A esta última pregunta la respuesta es inequívoca, no. Sin embargo, sectores enteros de la edición actual migrarán a las pantallas electrónicas, sea a Internet, las aplicaciones para móviles y tabletas o los e-reader. Otros, por el contrario, irán al alza. Desde luego no desaparecerá el libro infantil, que seguirá creciendo y ampliando su oferta, por lo mismo que no se va a dejar de regalarles balones a los niños para que jueguen en exclusiva con la Wii. La edición artística, entendida en el sentido amplio de publicación de obras singulares, se verá realzada y se convertirá en la reválida del autor, ya que el papel quedará para los clásicos, para las obras que quieres tocar, como un libro de poemas, tan sencillo, cuya existencia material reconforta y es una manera natural y genuina de estar en el mundo. La narrativa migrará a Ipad y tabletas casi en su totalidad, con ediciones impresas residuales para los lectores más conservadores. La novela gráfica alcanzará un auge desconocido, aprovechando la confluencia de literatura, vídeo y animación. Los libros prácticos del estilo de Cultive hortensias en su jardín o Las Mil y Una recetas de cocina, serán mucho mejores con vídeos incrustados en el texto, y lo mismo ocurrirá con los libros de historia, con todos los que requieran gráficos, mapas, con la edición académica. La nueva tipografía de combinar todos esos elementos de una manera armónica, eficaz en las lecturas continuadas, es sin duda el reto y una de las profesiones privilegiadas de ese porvenir inmediato. Los autores tendrán ante sí todas las posibilidades para llegar directamente al público pero corriendo el riesgo de no salir nunca del anonimato infinitesimal de la red.

Las editoriales seguirán siendo necesarias porque sus marcas y los estilos asociados a ellas serán el imán para atraer a un público desorientado ante una oferta que, lejos de menguar, crecerá exponencialmente y un filtro que garantice la calidad de las publicaciones. Las habilidades de un equipo editorial seguirán siendo imprescindibles, salvo en casos contados, para confeccionar y comercializar los libros, pero una buena parte o la totalidad de su negocio será virtual, con los cambios de estrategia y capacidades que eso supone. Muchos agentes literarios se convertirán en editores de sus representados, liberados del engorro de producir, almacenar, distribuir y volver a almacenar toneladas y toneladas de papel. Las distribuidoras perderán su razón de ser como logística exclusiva para libros y quedarán reducidas a la mínima expresión o reconducirán su negocio a todo tipo de productos. Sobrevivirán las librerías, pequeñas o grandes, que se conviertan en lugares de reunión, tanto físicos como virtuales; agregando complementos (desde reproducciones arqueológicas a vinilos decorativos para el hogar), y servicios de hostelería (un maridaje de la buena vida entre literatura, delicatessen y vino, por ejemplo), en el primer caso, y añadiendo en el segundo crítica, consejo, trailer books, contenidos agregados que resulten atractivos para los lectores digitales e induzcan a la compra en ese portal y no en otro. Sobre todo eso pesará la amenaza de las copias ilegales, más fácil de combatir en cualquier caso en las aplicaciones para móviles, Ipad, etc… que en Internet. De todos modos la enorme rebaja en costes de producción y distribución, superior al sesenta por ciento del precio actual de un libro, más la presión de la piratería, provocarán un abaratamiento sustancial de los libros digitales. Su precio ya no se fijará, como en los volúmenes, por el número de páginas y la calidad del papel, ya que dará lo mismo que una obra tenga cincuenta páginas que cinco mil, pues la diferencia en kilobytes es despreciable. Surgirán clubs de lectura en los que pagarás una cantidad mensual y podrás leer todo lo que quieras, y aparecerán nuevos críticos, prescriptotes que podrán rentabilizar en publicidad lo acertado de sus recomendaciones.

El inmenso problema de las devoluciones, con trillones de libros que no llegan siquiera a viejos, y se convierten en pasta de papel sin que se haya leído ni una de sus páginas, todo con un coste tremendo, desaparecerá por completo. Porque durante la próxima década no se harán menos libros, sino muchos, muchísimos más; sólo que la mayoría no se hará en papel. A este respecto la silenciosa privatización de la Agencia de ISBN, que otorga el número de identidad de los libros, a favor de los Gremios de Editores, abre un interrogante que empezará a resolverse en este año que comienza. Sólo es segura una cosa, se empezará a pagar por un servicio que antes era gratuito (3 €, por ISBN es la previsión, lejos de los 160 € que cuesta en Alemania, dónde también lo gestionan los editores) y otra, aún más inquietante: se pretende que cada aplicación digital, para el Ipad, para el Android, para el Epub, para cada uno de los artefactos o formatos, tenga un ISBN distinto, decisión errónea que complicará y encarecerá sobremanera la gestión de dicha Agencia. Los editores españoles tienen ante sí un reto considerable y al menos durante 2010, con iniciativas tímidas y conservadoras como Libranda, la fallida plataforma de venta de e-books españoles, no han sabido estar a la altura de los tiempos. Estoy seguro de que el acelerado desarrollo tecnológico de los próximos años les obligará a ser más resolutivos y audaces.

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