Confuso adiós a los refugiados de la guerra de Libia
El cierre del campamento tunecino de Choucha deja sin futuro a más de 500 acogidos que decidieron quedarse en sus tiendas de campaña
A tan sólo siete kilómetros de la frontera de Libia siguen viviendo los pocos damnificados que quedan de la guerra de Libia. Choucha, el único campamento de refugiados a las puertas del mar Mediterráneo, echó el cierre hace nueve días con un futuro incierto para más de 500 personas que decidieron permanecer en él pese a las recomendaciones del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur).
De estas personas, menos de la mitad tiene concedido el estatuto de refugiado por lo que son competencia de la ONU, algo que no ocurre para más de 250 personas, la mayoría varones y africanos que viven junto al campo pero no son refugiados. Excusa que sirve al organismo internacional para limpiar todo tipo de responsabilidades.
A estos últimos refugiados les han propuesto su integración en las localidades tunecinas vecinas al campo, muy prósperas en el trabajo de la aceituna. Incluso las autoridades locales les han garantizado el acceso a los servicios públicos y un permiso de residencia, pero su estatus de refugiado queda en el aire, motivo por el que muchos de ellos han decidido no integrarse. "El cierre de Choucha es una etapa positiva en dirección de una mejor vida en Túnez para centenares de refugiados. Los niños de Choucha no van a crecer en un campamento de refugiados", comenta convencida Úrsula Aboubacar, representante de Acnur en Túnez.
Opinión que no comparten muchos de los refugiados del campamento. "No hablo árabe, es muy difícil para mí integrarme en Túnez. Si no encuentran una solución me están obligando a coger la patera" comenta Jalil, un refugiado somalí que lleva dos años en Choucha y que como otros llegó de Libia tras sufrir persecuciones, y a donde migró tras ser perseguido en su país de origen que actualmente se encuentra en una profunda guerra civil.
La mayoría de los refugiados del campo de Choucha, más de 3.000, han sido reasentados en quince países de Europa y norte América, sobre todo en Estados Unidos, donde les han garantizado su estatus de refugiado y una vida aparentemente mejor que en Túnez, los pocos refugiados que quedan reivindican partir a estos países.
Mohamed Lamin no corre la misma suerte, es eritreo por lo que habla árabe y vive con su familia en una pequeña jaima de Acnur en los alrededores del campamento. No tiene el estatuto de refugiado pese a garantizar que fue torturado durante los enfrentamientos de las revueltas en Libia.
Su hija no va a la escuela, cerró hace unas semanas, y no tiene acceso a necesidades básicas, y es que las ONG internacionales partieron hace tiempo, tan sólo queda la Media Luna Roja. No ve muy claro su futuro pero sabe que permanecerá en el campamento hasta lograr sus objetivos.
De momento, Lamin suele ir a diario a Ben Garden, ciudad próxima al campamento, a buscar algo de comida. Allí decenas de refugiados indagan para lograr una mejora en sus vidas, muchos inclusos han desistido y se asientan en las paradas de luage (minibús compartidos), donde buscan trabajo para abandonar la región desértica.
Pero a pesar de esta incertidumbre, Choucha cerró tras dos largos años que han costado unos tres millones de euros a la ONU y por el que han pasado más de 200.000 personas de 22 nacionalidades, y de todas las religiones.
La mayoría de ellos fueron enviados a sus países de origen por petición personal, y es que en febrero de 2011 mientras los libios cazaban a Gadafi, hasta más de 18.000 personas pasaron en un día la frontera de Ras Ajdir hacia Túnez en busca de protección internacional, tras ser acusados de colaboradores del régimen de Muammar Al Gadafi.
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