Una raya en la arena
Una invisible resistencia independentista
La inmensidad y la soledad del Sahara Occidental evocan el olvido paulatino de una causa evanescente que tuvo su último momento de gloria en Granada
La inmensidad del desierto abruma en las llanuras del Sahara Occidental, sur del sur para el lado marroquí y confín del poniente musulmán y africano para la invisible resistencia independentista. El mar avisa de su presencia con una brisa salina, pero las playas son aquí sólo la parte donde las arenas del desierto pierden su nombre para saludar la inmensidad solitaria del Atlántico. Aquí lo único visible es la nada del desierto, los kilómetros y kilómetros de arena pintados de todas las tonalidades perceptibles. Soledad. En Dajla, la antigua ciudad colonial española de Villa Cisneros, unos puñados de turistas europeos instalan sus caravanas en las arenas de la península del Río de Oro para practicar el llamado kite surf, o ponerse a merced de los vientos sobre las aguas gracias a una cometa. "Súper, súper", asegura que es la experiencia una señora francesa, con ropa deportiva y gafas de sol sobre el pelo que se embarca en Casablanca hacia el pequeño aeropuerto construido en pleno franquismo en la citada ciudad, una de las principales del territorio en disputa, con 40.000 habitantes, situada al sur del sur.
Nada recuerda que Dajla fue Villa Cisneros hasta hace no mucho más de treinta años. Como en todo el Magreb, la gente practica mayoritariamente el ejercicio de la observación pensativa en las calles bajo un sol y un mercurio que marca más de 30 grados para recibir al primer día de la primavera. Como en todo el país, abundan las banderas marroquíes, que inundan rotondas y plazas, y los retratos del rey actual y su padre en comercios y tiendecitas, ya sea bebiendo té a la menta o esquiando en el Atlas. Al igual que en los pueblecitos aislados en aquella cordillera, como en el lejano y húmedo norte de Tetuán y Chauen, con sus caseríos andalusíes encalados en las pendientes, la medina de los plateros judíos de Tiznit o la periferia de la miseria en Casablanca, las rectilíneas calles de Dajla ofrecen los mismos zapatos desparejados sobre sábanas, idénticos zumos de naranja en carritos, similarísimas lecherías y tiendas de ultramarinos. Misma marca de yogur, de leche, de flan, de atún y galletas; estanterías que parecen sacadas del mismo taller. En el Sahara, en todo Marruecos, no escasean los panes y los cuscuses, pero apenas la homogeneidad forzosa. De vez en cuando un todoterreno con las siglas UN rompe la monotonía y recuerda lo que se olvida fácilmente.
En el paseo marítimo de Dajla resiste Casa Luis que, según explica uno de los camareros del comercio, fue abierta por un español así llamado residente hoy en El Aiún; único negocio que dispensa alcohol a su clientela en los alrededores. Una foto de los reyes Juan Carlos y Mohamed VI pende de uno de los muros amarillentos de este negocio que presume de cocina española y está cubierto de mugrientas mallas pescadoras. ¿Buen marisco en Dajla? Alguien responde que el mejor estará en los restaurantes de París y Madrid, como ha ocurrido siempre.
Las causas parecen evanescentes en la neblina del desierto. No hay rastro del griterío y los lemas reivindicativos que encontraron altavoz en Granada hace unas semanas, cuando la ciudad de la Alhambra acogió el primer encuentro bilateral entre la Unión Europea y Marruecos y en el que el Estado norteafricano volvió a hacer defensa de la solución autonómica al conflicto. Una solución que se impone por la vía de los hechos consumados y la inanición de las partes. Aquel día la Unión Europea pedía a Marruecos más respeto a los derechos humanos en el Sahara. Un titular sin entradilla ni cuerpo. La agencia nacional de noticias marroquí presume estos días del regreso definitivo a la "madre patria" de una niña y su padre desde los campamentos de refugiados saharauis en Tinduf, Argelia, a Dajla, hartos, dice la propaganda marroquí, del "calvario y sufrimiento". Propaganda de hijos pródigos que regresan.
El Sahara es hoy un espacio vacío que llena páginas de periódicos que se escriben muy lejos de estas llanuras yermas. En Nueva York, en pueblecitos de Austria, en Rabat, en Madrid, donde los representantes marroquíes, la ONU y el Frente Polisario toman asiento para seguir defendiendo sus posturas. El olvido sopla por los cuatro puntos cardinales. ¿A quién le interesa el Sáhara? ¿Alguien que levante la mano entre las dunas? Nueve horas de carretera rectilínea separan Dajla de El Aaiún, que ha resituado en los mapas la activista Aminatu Haidar con su mes de huelga en el aeropuerto de Lanzarote y el pelotón de cámaras y periodistas que la acompañaban. El único sobresalto de la larga ruta hacia el norte: ocho controles, casi tan puntuales como las horas en punto, de la Policía marroquí en busca de pasaportes y sospechas. Los gendarmes inquieren al viajero foráneo sobre las causas del viaje, qué estudió en la Universidad, qué le trajo a estas tierras aburridas, con lo bonitos que son Marraquech y Fez. De vez en cuando, un minarete de color ocre casi imperceptible, alguna figura humana en chilaba blanca que camina hacia la nada y manadas de camellos, aparecen en el paisaje. Bojador, más arena y algún cactus que nos dicen que remontamos latitudes. El Aaiún y sus fosfatos, que es el botín material más preciado que esconden estas tierras, reina la tranquilidad de una tarde cuasi veraniega y la presencia canaria no escapa al viajero. Raro es el comerciante que no ha rotulado su tienda con algún nombre español o que no hable la vieja lengua de Castilla. ¿Estará Aminatu en su piso?
¿Dónde están los saharauis? ¿Todos en Tinduf? 80.000 dice la ONU que hay en Argelia. ¿Qué es ser saharaui? Mejor informarse en las aulas de las universidades europeas o estadounidenses que aquí. Minaretes y pueblecitos van salpicando la ruta hasta Tarfaya, después Tan Tan, confines del uno y otro Marruecos al traspasar el trópico de Cáncer. Idénticas humaredas procedentes de parrillas donde se asa la carne picada especiada con comino y sal, donde se comen frituras de pescado y aceitunas. Hay hambre. Necesidad perentoria que asalta cada cuatro horas. Cuando eso ocurre, ¿importa algo más?
También te puede interesar
Lo último