ALMACLARA | CRÍTICA

Romanticismo tardío de ambas orillas

Carrellán, Policinska y González Calderón.

Carrellán, Policinska y González Calderón. / Ignacio Díaz Pérez

La larga sombra de la música de Brahms y de su manera de preservar el corazón de la música romántica, sin por ello renunciar a buscar nuevos caminos, llegó muy lejos en la Europa finisecular. Y aún más allá; hasta el New Hampshire de la costa Este estadounidense llegó a las manos de una Amy Beach cuya música parte del maestro de Hamburgo y se reviste de tintes franceses, como se evidencia en el quinteto con piano que hizo compañía al trío de Brahms en este bello concierto, muy bien diseñado por cierto.

El trío abordó la obra otoñal de Brahms sin dejarse llevar por un exceso de pasión en el fraseo. Desde la primera frase del Allegro se pudo apreciar un esfuerzo por adentrase en el universo afectivo y emocional de aquel compositor cercano a la sesentena que había transformado su ardiente amor por Clara Schumann en un apacible estado de serenidad en la distancia. Frente al Frei aber einsam (“libre pero solitario”) de su amigo Joachim, Brahms contestaría con Frei aber froh (“libre pero feliz”). Ese estado de felicidad en la soledad, teñido de nostalgia, se filtra desde los primeros compases del trío y así lo materializaron las intérpretes, que no cayeron en la tentación de cargar las tintas sobre los sforzandi ni sobre los ataques. Beatriz González atacaba sobre la cuerda grave el bello motivo con profundidad y lirismo, mientras que Estefanía Carrelán desenvolvía un sonido cálido, lleno de matices tímbricos, sin estridencias, con un grave en pianissimo sutil hasta el suspiro. Entretanto, Policinska daba cumplida cuenta, con precisión y brillantez, a la parte pianística, con una soberbia técnica de pedal en el Andantino grazioso en el que los apagadores jugaron un papel fundamental en el acompañamiento sincopado.

En el quinteto de Amy Beach, que juega más con los colores y con los cromatismos armónicos, el cuarteto de cuerdas presentó un sonido punzante condicionado por las notas ácidas de los violines, un punto chirriantes en la franja superior en algunas ocasiones en el violín primero. Pero la magnífica viola de Aglaya González ejercía de contrapeso (¡qué bello pasaje solista en el tercer tiempo!). A Beatriz González se le resistía la cuerda en La en posiciones bajas. Pero con la espléndida participación de Policinska el sonido global mejoraba, como en los pasajes con sordina en el Adagio espressivo.

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