Artefactum | Crítica

Artefactum se pone serio

Artefactum homenajeó al Rey Sabio en el  Espacio Santa Clara.

Artefactum homenajeó al Rey Sabio en el Espacio Santa Clara. / Francisco Roldán

Resulta bastante incomprensible que Artefactum, uno de los conjuntos que más seguidores arrastra de Sevilla, haya sido programado en este Femás en la Sala de las pinturas de Santa Clara, a la que las restricciones han dejado en una capacidad de sólo 35 espectadores. Más incomprensible aún si se tiene en cuenta que el conjunto se presentaba en una de sus formaciones más amplias (sexteto), con un actor añadido, y que en programa iba un estreno en homenaje al rey Alfonso X por el octavo centenario de su nacimiento. Dicen que doctores tiene la Santa Madre Iglesia...

Las Cantigas de Santa María del Rey Sabio forman parte del repertorio de Artefactum desde sus inicios. Normal. Esta imponente colección de trovas a la virgen es una de las joyas de la lírica medieval. Su carácter monódico y el uso casi absoluto de la forma de virelai (básicamente, estribillo con coplas) permite asumir muchas decisiones interpretativas, especialmente en las instrumentaciones y en la relación entre solistas y conjunto, algo esencial en la trayectoria del grupo.

Para una efeméride tan señalada, Artefactum preparó algo distinto, incluyendo a un actor en su elenco , que asumió la personalidad del rey (estupendo Nacho Bravo), y se dotó de un guion bien confeccionado en torno a algunos hechos trascendentes de la vida del monarca y de su relación con Sevilla. Este formato dejó fuera la posibilidad del chascarrillo y la broma entre piezas que han marcado tanto la personalidad del conjunto.

Pero incluso más allá de eso, Artefactum pareció ponerse serio porque afinó en unas interpretaciones que buscaron una generalizada sobriedad en el color, un acercamiento acaso desde un perfil más cortesano de lo que suele ser normal en un conjunto que juega mucho con la perspectiva de la calle y la taberna en sus conciertos. Apenas un par de momentos (la CSM 354, interpretada instrumentalmente, y la CSM 300, la única cantiga de loor del programa, que sirvió de despedida) en que la presencia de la gaita y la zanfoña le dieron a la música un carácter más imperioso y exuberante, sirvieron para contrastar esa mirada serena y sobria, en la que el tono del canto se hizo a veces declamatorio, como en CSM 169 en que César Carazo fue acompañado exclusivamente por una sinfonía.

Tanto Carazo como Alberto Barea son cantantes de voces naturales, limpias, sin vibrar. Fluyeron estupendamente con ese fondo de tonos leves (las flautas de Gil, el laúd de Soriano, el organetto de Vaquero, la fídula del propio Carazo e incluso los panderos y darbukas de Garrido, más contenido que otras veces) para homenajear a uno de los referentes de su larga vida musical, su queridísimo Alfonsox (y la broma al menos salió en los rótulos).

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