A pesar de que el texto de Santiago Loza está lleno de palabras que salen de la boca de unos personajes que solo quieren escucharse a ellos mismos, el resultado es que uno no tiene palabras para mínimamente describir lo que es El mal de la montaña sino lo que justamente provoca esa dolencia:  cansancio y confusión, entre otros síntomas.

Con un principio divertidísimo, un karaoke de la canción  ‘Total Eclipse of the Heart’ de Bonnie Tyler y tras un monólogo desternillante y ocurrente a cargo de Francesco Carril sobre lo que aconteció en la separación con su pareja, el resto es una caída (desde el pico del montaña del título) cuesta abajo y sin frenos.

Santiago Loza ha querido ironizar sobre una juventud ensimismada que lo cuenta todo en las redes sociales sin necesidad de escuchar. Este es el simbolismo de los distintos monólogos de sus intérpretes. Hablan y hablan, se cortan unos a otros porque no les interesa lo que puedan decirle los demás.

Pero ni las acertadas interpretaciones, ni la magnífica escenografía, sugerente en sus espacios, de Paola de Diego, ni la iluminación de Paloma Parra ni el sonido de Sandra Vicente pueden salvar un texto inconexo  que despista a fuerza de elevar el tono a una cierta pedantería que, si bien, refleja a estos personajes,   mimados, egoístas, desconcertados y machistas y que, además, usan el sarcasmo para referirse  a los pobres (los que carecen de medios económicos) de manera peyorativa que  también confunde.

La dirección de Delgado-Hierro y Carril peca de querer jugar con demasiados elementos, desde el monólogo stand up, al absurdo (esos personajes con máscaras) hasta la poesía  cuando se habla del pretendido suicidio.