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CICLO DE CÁMARA DE LA ROSS | CRÍTICA

De las calles a los palacios

El octeto de la ROSS en la Sala Turina.

El octeto de la ROSS en la Sala Turina. / Guillermo Mendo

En la Viena de entre 1770 y 1820 proliferaron los conjuntos de instrumentos de viento que, preferentemente en formación de octeto, se denomiban Harmoniemusik. Grupos de músicos que hoy llamaríamos freelance muy demandados para fiestas, banquetes y todo tipo de celebraciones de casas burguesas o de nobles sin muchos posibles. Pero que también ofrecían sus servicios en tabernas o en calles y plazas con un repertorio básicamente formado por los éxitos operísticos del momento y aires de danza entonces en boga. Como los músicos callejeros de hoy en día pero en refinado, para entendernos.

Atados siempre a las tendencias de la demanda del mercado, los compositores y arreglistas de entonces se plegaron a los gustos de sus clientes y produjeron una importante masa de obras originales y arreglos, como los que este octeto de la ROSS ofreció en un concierto más que notable.

Formado por algunos de los mejores integrantes de la Sinfónica, el octeto se instaló en un sonido compacto y de un empaste y una calidad tímbrica sobresalientes, con precisión total en los ataques y en los finales. Salvo pequeños deslices en la obertura Fidelio, las trompas brillaron con nitidez y gama de matices (notas tapadas), arropadas por unos magistrales oboes y clarinetes que se intercambiaban frases y respuestas con infinidad de detalles dinámicos en un fraseo siempre vivaz, nunca lánguido, lleno de ritmo y de incisividad, en una lección de buen gusto y de adecuación estilística digna de elogio, con articulaciones que iban del staccato al poco legato.

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