Benjamin Alard | Crítica

El Bach alado de Benjamin Alard

Benjamin Alard con el Christian Vater en el Espacio Turina

Benjamin Alard con el Christian Vater en el Espacio Turina / Luis Ollero

Uno de los mejores clavecinistas de nuestros días, bachiano insigne, visita Sevilla para hacer música bachiana y toca, con una temperatura ambiente insoportable, ante poco más de medio centenar de espectadores. La imagen no parece la mejor.

Benjamin Alard dejó hace cinco años en esta misma sala unas Variaciones Goldberg por completo inolvidables en un hechizante ambiente de penumbra. En su vuelta a la ciudad, también escogió (o le ofrecieron) la penumbra para su recital, pero mostró un Bach distinto, más ligero y mecánico. El programa era desde luego diferente, centrado en el universo de la danza y del concierto, divertimentos de la alta sociedad de las pelucas. Y Alard se dejó llevar por tempi rápidos, gráciles, incluso en la Allemande que abre la Suite francesa, que parece estar pidiendo el punto de reposo que tienen siempre en Bach esos movimientos de apertura, una majestuosidad que luego enfatiza convenientemente la Sarabande. No fue así esta vez. Todo fluyó sereno y transparente, pero sin hondura. La claridad de texturas fue en todo momento irreprochable y el artista francés jugó, como siempre, a dejar detalles de ornamentación en las repeticiones de cada sección de las danzas.

A pesar de que el Concierto italiano y la Obertura a la francesa (las dos partes del Clavier Übung II, editados en 1735) están escritos específicamente para un clave de dos teclados y Bach aprovecha esa circunstancia para señalar muchos más matices de dinámicas que de costumbre, Alard no pareció demasiado interesado por explotar el magnífico Christian Vater que tenía en sus manos en ese sentido. Los contrastes dinámicos fueron en general bastante limitados (ni en la fuga de la Overture ni en el Echo final se hicieron notar, tampoco en las danzas escritas por parejas). Lo que sí aprovechó el clavecinista galo fueron los registros de laúd que el instrumento tiene en cada uno de sus teclados para hacer de la Sarabande de la Suite francesa y del Andante del Concierto italiano momentos de extraordinaria intensidad expresiva al emplear ese suave registro de laúd en los acompañamientos (el ostinato del Andante quedó así maravillosamente marcado, mientras su embaucador lirismo melódico hacía estragos en los corazones). Fueron instantes de especial unción emocional dentro de la visión de un Bach alado, risueño, airoso, distendido.

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