MARIVÍ BLASCO & IGNACIO TORNER | CRÍTICA

Una hora exquisita

Mariví Blasco e Ignacio Torner en los jardines de Sorolla.

Mariví Blasco e Ignacio Torner en los jardines de Sorolla. / ACTIDEA

El centenario del fallecimiento de Joaquín Sorolla sirvió de base para este exquisito concierto en el que Mariví Blasco e Ignacio Torner realizaban un viaje por las canciones de la Europa que recorrió aquel cosmopolita pintor valenciano. Ambos salían voluntarimente de su zona de confort, el Barroco temprano en el caso de Blasco y la experimentación sonora en el de Torner, pero como, ante todo, son dos grandes músicos y unos artistas comprometidos con la excelencia y la máxima entrega, el resultado fue apasionante.

Blasco supo llevar a su terreno y a las condiciones de su voz el repertorio de canciones de cámara en torno a 1900. Con la naturalidad de su canto, en el que apenas se aprecia el mecanismo de emisión y proyección, con voz firme, fresca, cercana y cálida, las dos canciones iniciales de Reinaldo Hahn fueron dos susurros íntimos arrullados por el canto de los pavos reales del Alcázar y culminados con un ascenso limpio al sobreagudo y apianando en la palabra “exquisita” de la canción “L’eure exquise”, cantada en castellano. Ni que decir que “A Chloris”, con sus perfumes versallescos, inundó de sensibilidad los jardines con la media voz y los reguladores de la soprano valenciana. Con su dicción clara proverbial y su dominio de la franja superior de su voz, el ataque limpio inicial en “Chanson d’amour” de Fauré fue espectacular por su precisión y su delicadeza, como insinuante y seductor fue el fraseo en “Au Bord de l’eau”. Y de ahí a la mezcla de inocencia y de sensualidad en el vals de Musetta o el canto íntimo, de largas frases reguladas al detalle en las canciones de Mompou, con los arpegios medidos y acariciantes del piano de Torner en “Los caminos de la tarde”. Blasco hizo de las majas de Granados un retrato elegante, sin exagerar lo sentimental y sin zalamerías tan habituales en otras intérpretes. Para culminar con el suave balanceo cubano de “Es el amor la mitad de la vida” de Marín Varona.

Torner prestó en todo momento un acompañamiento rico en matices y en colores, delicado hasta el extremo en “A Chloris” y articulado con unos picados extraordinarios en “El tralalá y el punteado”.

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