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LA MUJER TIGRE | CRÍTICA

Los problemas de la identidad en la era digital

Baile, cante, canto y percusión.

Baile, cante, canto y percusión. / Juan Carlos Muñoz

Partiendo de los escritos de Emil Durkheim y de los de Georges Herbert Mead, en los años sesenta y setenta alcanzó su máximo auge en el mundo de la sociología la denominada Label theory. La Teoría de las etiquetas analizaba los procesos sociales de producción de subjetividades en función de las identidades que la colectividad asigna a los individuos a partir de algunos ragos particulares de su comportamiento o apariencia. Partiendo de aquí, somos lo que los demás deciden que somos en función de determinados paradigmas de aseveración de normalidades y normatividades que a menudo están en conexión con los requirimientos cada vez más intensos del Estado, que busca siempre establecer marcos de normalidad a partir de los cuales controlar los comportamientos de los individuos.

A este marco conceptual, en la actualidad ya desfasado y superado, se adscribe la propuesta teatral de Julio León Rocha, que toma el caso de la Mujer Tigre como pretexto para desarrollar un texto, por momentos repetitivo, en otros ingenuo, en el que se quiere denunciar el peso de las intersubjetividades, elevadas a categoría de objetividad con el perverso deseo de anular la diferencia y la alteridad. A pesar de un final feliz algo forzado, se obvia en el texto lo que la Queer theory ha señalado, es decir, la capacidad de resistencia de los individuos frente a los procesos de etiquetaje y de estigmatización, la creatividad del estigmatizado en su lucha por hacer de ese estigma un punto de partida para el desarrollo de una subjetividad plenamente autónoma.

Esto en cuanto al magma conceptual sobre el que se eleva esta ópera de cámara compuesta por Manuel Busto. Busto conoce en profundidad los códigos de la ópera y los del flamenco y ha sabido en su partitura combinarlos y jugar con los estilemas propios de cada ámbito. Desde el foso, con el espléndido Trío Arbós, hecho a este tipo de experimentaciones estilísticas, junto al Proyecto Lorca y las percusiones espectaculares de Agustín Diassera, una serie de oleadas sonoras establecían un tejido magmático, telúrico, en el que los juegos tímbricos y el continuo ir y venir de la rítmica irregular y la polirritmia se entrelazaban con armonías más contemporáneas.

Se podría haber sacado más juego a los elementos escénicos y haber dotado de mayor presencia teatral al narrador, pero lo que es indudable es el gran esfuerzo escénico de las tres protagonistas. A pesar de sus catorce años, Carrasco ofreció un cante maduro y de voz cuajada, sobrada de medios. Comitre llevó el peso de la escena con un baile continuo lleno de quiebros y sobrado de recursos, mientras que Labourdette cantó con el brillo y la claridad en el fraseo en ella habitual.

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