Salir al cine
IA y cine: el sueño de las máquinas
Año Murillo
"Enseñen con esmero los obispos que por medio de las historias de nuestra redención, expresadas en pinturas y en otras copias, se instruye y confirma el pueblo recordándole los artículos de la fe (…) se saca mucho fruto de todas las sagradas imágenes, no sólo porque recuerdan al pueblo los beneficios y dones que Cristo les ha concedido, sino también porque se exponen a los ojos de los fieles los saludables ejemplos de los santos, y los milagros que Dios ha obrado por ellos, con el fin de que den gracias a Dios por ellos, y arreglen su vida y costumbres a los ejemplos de los mismos santos; así como para que se exciten a adorar, y amar a Dios, y practicar la piedad", recomendaba la cúpula de la Iglesia Católica tras el Concilio de Trento. Pocos pintores encarnaron ese espíritu evangelizador y supieron transmitir ese mensaje de devoción que se pedía como Bartolomé Esteban Murillo, que lejos del tenebrismo de su paisano Valdés Leal, con estampas atravesadas por la ternura y la emoción, frecuentó el retrato de santos y vírgenes en amables composiciones con las que el espectador se sentía más cerca del Cielo.
En esta labor, la Catedral de Sevilla jugó un papel destacado en la producción del creador sevillano, que mantuvo a lo largo de su vida estrechas relaciones con canónigos del Cabildo y realizó encargos para este templo durante tres décadas. Murillo en la Catedral. La mirada de la santidad, la tercera exposición que se inaugura dentro del Año Murillo tras la apertura de las muestras del Bellas Artes y del Espacio Santa Clara, analiza hasta el 8 de diciembre de 2018 esta llamada al fervor a la que contribuyó el genio de cuyo nacimiento se cumple ahora el cuarto centenario. Una singularidad de la cita, que abrirá sus puertas al público este viernes tras la misa solemne de la Inmaculada Concepción, es que exhibe una serie de obras maestras en el mismo lugar para el que las concibió su autor.
Es el caso de la soberbia Inmaculada que Murillo pintó entre 1667 y 1668 para la Sala Capitular, reformada en esos años, uno de los trabajos en los que el artista plasmaría la iconografía con la que se reconocerá más tarde a la Inmaculada, cuyos rasgos había detallado anteriormente Francisco Pacheco en su Arte de la pintura: una Señora "hermosísima", de "lindos y graves ojos, nariz y boca perfectísima y rosadas mejillas, los bellísimos cabellos tendidos (…) vestida de sol (…) debajo de los pies, la luna". La tabla, que, como destaca la comisaria de la exposición, Ana Isabel Gamero, tiene "la forma curva de la bóveda", se acompaña por ocho retratos de santos vinculados a Sevilla que el maestro barroco realizó para las mismas dependencias. Murillo perfila en estas figuras una asombrosa riqueza de matices: san Hermenegildo o san Pío elevan los ojos al Altísimo embriagados de un sereno misticismo; san Fernando porta una espada y una esfera, símbolos de su condición guerrera y su poder, con cierta tensión que le recorre el rostro; de san Isidoro se resalta su condición intelectual al mostrarlo abstraído en la lectura. Para apreciar esta galería -que completan san Laureano, san Leandro y las santas patronas Justa y Rufina- en toda su grandeza, se facilitan al visitante en el Antecabildo, contiguo a la Sala Capitular, reproducciones de estas pinturas. "Era difícil si no advertir los detalles, comprobar por ejemplo la dulzura de las miradas en Santa Justa y Rufina", señala el comisario adjunto Joaquín de la Peña, que resaltó este jueves en la presentación a la prensa el "esfuerzo" que ha supuesto montar una exposición en un lugar destinado al culto y anunció que el catálogo, que estará disponible antes de Navidad, será "la aproximación definitiva al trabajo de Murillo en la Catedral".
Con el mismo propósito divulgador que movía a la Iglesia tras el Concilio de Trento, la exposición va compartiendo con el visitante en paneles informativos el contexto en que Murillo vivió y se entregó a la creación, como ocurre en el Patio del Mariscal, en que se explica, apoyándose en documentos y libros de la Biblioteca Colombina, aspectos de la fe como el dogma de la Inmaculada Concepción al que tanto aportó la paleta del artista.
En la Sacristía Mayor, entretanto, junto a un Descendimiento de Pedro de Campaña que dejó una profunda huella en Murillo y en sus planteamientos estéticos, se pueden ver dos joyas que le encargó al maestro el canónigo Juan de Federigui: dos retratos de San Isidoro de Sevilla y San Leandro, ejecutados 12 años antes de los que haría para la Sala Capitular. En dos composiciones muy similares, colocadas la una frente a la otra, dos de los intelectuales más notables de la Iglesia sevillana parecen dialogar entre sí. San Isidoro, un anciano respetable, carga con un libro mientras en una mesa aguardan volúmenes de sus Etimologías, mientras San Leandro despliega entre sus manos un pergamino en el que se lee: Creed, godos, que el Verbo es consustancial al Padre.
Entre las 16 pinturas de Murillo que reúne la Catedral sobresale asimismo un lienzo impactante, La Visión de san Antonio de Padua, la obra de mayores dimensiones en la carrera de su autor y muestra del talento prodigioso del sevillano. En su descripción de la visita del Niño Jesús al santo, el pintor sitúa la luz en el cuadro con la misma disposición con la que entra en la Capilla Bautismal -también llamada de San Antonio-, donde se ubica esta tela que en la segunda mitad del siglo XIX sufrió un serio ataque: la parte que reproduce al franciscano fue arrancada y se recompuso más tarde.
En el trascoro, cerca de donde está sepultado Justino de Neve, amigo y mecenas del artista, La mirada de la santidad contrapone dos momentos en la trayectoria de Murillo. El primer lienzo que se conserva de su producción, La Virgen entregando el rosario a Santo Domingo de Guzmán, fechado en 1638 y cedido para la ocasión por el Palacio Arzobispal, se ubica junto a un majestuoso San Fernando de medio cuerpo al que su artífice daría forma hacia 1671. Mientras en la primera pieza se detectan influencias de Juan del Castillo o Zurbarán, en la segunda, en la que sobresalen la expresividad del semblante del monarca o la minuciosidad con la que se traza el manto regio, resulta evidente el dominio de recursos que maneja el autor.
En el recorrido de Murillo en la Catedral, por la que pasarán dos millones de visitantes, según estiman los responsables de la muestra, faltan por el momento dos obras, que no se podrán contemplar en el templo -por el momento informan de ellas dos reproducciones- hasta pasado el 8 de abril de 2018: el retrato de Sor Francisca Dorotea, que cuelga ahora enMurillo y su estela en Sevilla del Espacio Santa Clara, y el Ángel de la Guarda, prestado a Murillo y los capuchinos de Sevilla, del Bellas Artes.
También te puede interesar
Salir al cine
IA y cine: el sueño de las máquinas
REAL ORQUESTA SINFÓNICA DE SEVILLA | CRÍTICA
Colores y emociones en las cuerdas
Lo último
La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El Papa en las Islas Canarias
Joan-Ignasi Ortuño | Periodista, aforista y cómico
“Cuando crees que todo está perdido, el humor te reconcilia con la vida”
Caprichos | Crítica de flamenco
A la felicidad por el baile
La ventana
Luis Carlos Peris
Cómo Juan el Grande cerró la Bienal