Cine de Pueblo (Español)
Crítica 'Ocho apellidos catalanes'
OCHO APELLIDOS CATALANES. Comedia, España, 2015, 99 min. Dirección: Emilio Martínez-Lázaro. Guión: Borja Cobeaga y Diego San José. Fotografía:Música: Roque Baños. Intérpretes: Dani Rovira, Clara Lago, Berto Romero, Karra Elejalde, Carmen Machi, Rosa María Sardá, Belén Cuesta.
En su estupendo estudio El cine español. Una historia cultural, Vicente J. Benet nos recuerda cómo en el contexto de la Exposición Internacional de Barcelona de 1929, el Pueblo Español, parque temático construido como una suerte de mistificación regionalista de España a partir de los monumentos, edificios y arquitecturas más emblemáticas de cada zona, simbolizaba ese nuevo modelo de comercialización de la cultura diseñado con el propósito (turístico) de activar la identidad nacional en tiempos de crisis.
Más de 80 años después, en un contexto no tan disímil de aquel, las dos entregas de Ocho apellidos..., empeño personal de Paolo Vasile (todopoderoso consejero delegado de Mediaset España) puesto en manos (esposadas) de Cobeaga, San José, Martínez-Lázaro y un elenco de rostros populares, viene a ser una apabullante operación (trans)mediática que responde a un mismo espíritu en otros tiempos de crisis, tanto para el cine español como para la totalidad del país, tanto en lo económico y social como en lo identitario.
Una operación de inerte recuperación paródica de los clichés y tópicos culturales preautonómicos, o sea, regionalistas y pseudo-folclóricos, convenientemente embutidos (no se me ocurre mejor término) en el molde de la comedia (romántica hasta la exasperación) de enredo de profundo talante conservador y reaccionario.
Las veleidades independentistas de vascos y catalanes son ahora ese otro que sirve como vaciado frente de resistencia de los valores de lo español, veleidades que tanto aquella primera entrega como esta segunda invisibilizan en términos políticos hasta dejarlas en una sonrojante colección de estampas costumbristas, chistes malos y gags de sainete de cartón piedra con los que Cobeaga y San José demuestran una absoluta pereza o falta de inspiración cómica más allá de la repetición de los mismos gestos, tics y chascarrillos, y con los que Martínez-Lázaro se limita a cumplir el expediente automático de filmar rápido (y mal), empalmar y a otra cosa que lo convierten en una pieza tan prescindible como intercambiable en el desganado diseño global del producto.
Pasarán los años, se seguirá recordando el fenómeno en términos industriales y económicos, entrará en los manuales de Historia, pero su valor no será nunca cinematográfico sino más bien sociológico: muestra coyuntural de la voluntaria y consensuada regresión y bajada de brazos de (casi) todo un país que ha decidido refugiarse en la mediocridad superficial de su imagen más tópica y premoderna como única escapatoria posible de la realidad.
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