Conmovedor elogio del maestro

Crítica 'crítica 'Profesor Lazhar'

Mohamed Fellag.
Mohamed Fellag.
Carlos Colón

20 de mayo 2012 - 05:00

Profesor Lazhar. Drama, Canadá, 2011, 94 min. Dirección y guión: Philippe Falardeau. Intérpretes: Mohamed Fellag, Sophie Nélisse, Jules Philip, Louis Champagne, Brigitte Poupart, Danielle Proulx, Émilien Néron. Música: Stéphane Lafleur. Música: Martin Léon.

Inicio traumático. Durante el recreo una maestra se suicida ahorcándose en la clase. Dos alumnos la ven. Todos los demás, niños de 11 y 12 años, sufren la traumática experiencia. La directora del centro, especialmente, pero también todos sus compañeros se enfrentan en los días, semanas y meses siguientes a cuestiones para las que no están preparados, ni emocional, ni cultural, ni pedagógicamente: el dolor, las lágrimas, la muerte, el suicidio, la angustia, el sentido de la vida o de la muerte. Nunca lo habían hecho. Es más, la asepsia de la pedagogía políticamente correcta prohibe hacerlo. Es tarea especializada reservada a la psicóloga del centro. Sin embargo esta tragedia demuestra que educar no es sólo impartir materias. Es también preparar para vivir humanamente. Y que esta asignatura no se imparte solo en los colegios, en los que tantas veces se descarga toda la responsabilidad, sino también -e incluso sobre todo- en las casas. ¿Qué sucede cuando en las aulas la corrección política impide hablar de ello y muchas casas están vacías cuando los niños llegan del colegio?

Esta es una de las dos líneas temáticas de esta seria, rigurosa, honda, tierna y emocionante película. Una línea coral que incluye a los profesores, a los padres y a los alumnos. La otra línea corre a cargo de un único personaje, el profesor Lazhar, un argelino emigrado a Canadá que se ofrece para sustituir a la profesora suicida. El cruce entre estas dos líneas -la presencia del profesor Lazhar en la clase- añade nuevas cuestiones relacionadas con la intolerancia fundamentalista o el racismo. Pero también va respondiéndolas todas. O más bien ayudando a los niños a planteárselas de una forma más correcta. Supliendo a veces a las familias. Corrigiendo en ocasiones la labor de otros colegas adictos a experimentos pedagógicos y poco amigos de la gramática tradicional o de Balzac. Un autor poco apropiado para una escuela, como le recuerda la directora. No por cuestiones de censura moral, sino de censura de la calidad y del esfuerzo para acceder a ella.

Además de Balzac también está prohibido, no ya pegar a los alumnos, sino siquiera tocarlos. Y mucho menos abrazarlos si lloran. Porque pueden denunciar al profesor por abusos. "Hoy tratamos a los niños -dice un profesor- como si fueran residuos radiactivos. Los tocas y te quemas". También está prohibido afrontar el dolor, la muerte y las preguntas que plantean sin la presencia de la psicóloga del centro. Y no digamos ya el sentimiento de culpa. La asepsia de lo políticamente correcto.

Sobre el profesor Lazhar también pesa una experiencia terrible cuyo recuerdo entristece sus días y agobia sus noches. Se enfrenta a ella con el mismo principio que procura enseñar a los niños: la conciencia de una irrenunciable dignidad de la que ni él mismo debe abdicar ni los otros pueden desposeerle. Cada mañana coinciden estos dos heridos -los niños y su profesor- dejando atrás sus dramas privados o sus traumas colectivos, siendo el aula el lugar de la única posible sanación de ambos. ¿Cómo? Sustituyendo los prejuicios por juicios, los miedos silenciados por preguntas, las respuestas simples por la iniciación en la complejidad, el ensimismamiento por el diálogo. Sin miedo a los sentimientos.

He escrito antes que esta película es seria, honda, tierna y emocionante. Hay que precisar que lo es sin ser aburrida, ininteligible, cursi o sentimentaloide. Su emoción y su ternura son genuinas y están expresadas con una extrema sobriedad de medios. Su hondura es transparente por humana. Su seriedad es la marca de la limpieza, dignidad y carencia de trucos con la que aborda su compleja trama. Éstos son los valores de la severa y sabia realización de Philippe Falardeau y de su excelente guión, basado en la obra teatral Bashir Lahzar de Évelyne de la Chenelière. El trabajo interpretativo de los niños es extraordinario porque no parece interpretación. En el caso de Mohamed Fellag sí hay una interpretación extraordinaria en su contención.

Podría recordar Profesor Lazhar a Hoy empieza todo, El niño de la bicicleta o La clase. A mí me recordó la famosa carta que Albert Camus dirigió a su maestro de escuela cuando le concedieron el Nobel: "No es que dé demasiada importancia a un honor de este tipo. Pero ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y de corroborarle que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso en ello continuarán siempre vivos en uno de sus pequeños escolares, que, pese a los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido". Que recuerde a Camus es lo mejor que se puede decir de ésta o cualquier película que trate de la educación.

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