SARAH CONNOLLY | CRÍTICA

Un canto fuera del mundo

Connolly y Middleton, fuera del tiempo.

Connolly y Middleton, fuera del tiempo. / Federico Mantecón

Sin duda, uno de los conciertos de referencia de este año en Sevilla. Será difícil volver a sentir, en la intimidad de una sala tan apropiada para ello y con un público tan respetuoso, una experiencia de tal intensidad y profundidad como la de este recital de Sarah Connolly, perfecto de principio a fin, empezando por la exquisita selección del repertorio, exigente, refinado, profundo, pensado para parar el mundo, sus congojas e inquietudes.

Porque ante tanta belleza todo se detiene, todo lo que nos envuelve carece de sentido, pierde importancia, cae en el olvido, se difumina como efímero humo de pajas. Sólo podemos concentrarnos en la increíble profundidad de los versos de los textos de Friedrich Rückert y en la apabullante fuerza expresiva con la que Mahler se adentra en ellos para volverlos sonidos y melodías que con unas pocas notas y unos silencios que cortan el aire ahondan en lo más recóndito de nuestro corazón.

Y con esa voz. Una voz densa, tornasolada, de colores sombreados, de emisión clara y de una articulación medida hasta el mínimo detalle. El sonido fluye a lo largo del diapasón sin saltos, sin cambios abruptos de color, con homogeneidad en el apoyo, en un continuo discurrir que se abre y se cierra, que gira y vuelve en una fraseo medido con mimo y con pleno sentido de la expresión como objetivo último del canto. El canto de Connolly nace con naturalidad y se va dejando caer sobre las palabras y los acentos musicales clave en cada frase, regulando con inteligencia y sensibilidad, como en la palabra suave de Ich atmet'. Imposible no suspirar de emoción ante la forma de colorear de manera diferente cada repetición de Um Mitternacht. Pero aún quedaba la congoja maravillosa de Ich bin der Welt abhanden, cantado como indica la partitura, “extremadamente lento y cauteloso”, con el tiempo detenido, el canto flotando sobre nosotros, los silencios hiriendo como puñales, el piano dejando colgadas las notas con delicadeza infinita. Imposible respirar hasta pasados unos segundos tras extinguirse el recuerdo de la voz.

Connolly domina a la perfección el canto spianato, la línea cantable largamente sostenida, el fraseo cuidadoso, consiguiendo con ello momentos tan intensos e íntimos como el primero de los Kindertotenlieder. Pero igualmente se adentra en el dramatismo, siempre elegantemente expresado, de la última canción de este ciclo. Y con la complicidad de un Middleton de magistral control del sonido (sensacional su uso del pedal en Der Soldat de Schumann, por ejemplo; o el pianissimo al final de Ich bin der Welt anhanden) y de las frases, con una forma magistral de evocar el viento y el mecer de los árboles en Earth's Call de John Ireland.

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