Cuarteto Cosmos | Crítica

De la carne y del espíritu

El Cuarteto Cosmos en el Espacio Turina

El Cuarteto Cosmos en el Espacio Turina / Luis Ollero

Volvieron los chicos del Cuarteto Cosmos al Espacio Turina para repetir su soberbia actuación del curso pasado, esta vez incluso con algunos alicientes más, ya que al lado de un clásico entre los clásicos (el primer cuarteto de la Op.76 de Haydn) traían una obra escrita para ellos por un compositor barcelonés (Octavi Rumbau, 1980), que estrenaron en 2022 y han incluido en su segundo disco, recién aparecido, y el poco frecuentado Cuarteto nº2 de Britten, una obra de una intensidad extraordinaria, agotadora. Música pues nueva para despejar oídos y arrumbar prejuicios.

No sorprende ya la homogeneidad de sonido que ofrece el conjunto, que se sustenta tanto en el hecho de que los cuatro instrumentos hayan sido obra del mismo lutier (David Bagué) como en un trabajo de empaste prodigioso, porque no anula en absoluto la personalidad de cada miembro del grupo, que destaca tanto en las cadencias que tienen como solistas en las obras que interpretan, que nos muestran a cuatro auténticos virtuosos, como en las partes conjuntas, independientemente del tipo de textura de que se trate, que están presididas por una transparencia extrema.

De su Haydn habría que destacar no sólo el perfecto equilibrio entre un perfilado bien definido por los extremos y unas voces medias cálidas y siempre audibles, sino la densidad y la potencia sonora conseguidas, para una obra que parece estar pidiendo la orquesta. El Minueto, que es ya casi un Scherzo a lo Beethoven, se benefició tanto de la fuerza de los ataques como de la precisión de las articulaciones, y el singularísimo movimiento final mostró su cara más dramática en el énfasis sobre los contrastes dinámicos y de fraseo.

Muy interesante me pareció la obra de Rumbau, su primer cuarteto, una pieza de unos 16 minutos en un solo movimiento en la que se respira cierta esencia espectral por un trabajo textural muy notable, que puede recordar a Ligeti, pasajes que parecen salidos de la síntesis electrónica, elementos feldmanianos (sobre todo en el final) y el uso sostenido de la microtonalidad. El autor, presente en la sala, debe estar muy satisfecho por que un grupo joven de este nivel se haya interesado por difundir su música. Difícil encontrar mejores embajadores.

Con todo, lo mejor estaba por llegar: incendiaria la visión de Britten. Con una intensidad en ataques y acentos verdaderamente desafiante, el Cosmos penetró en la esencia de la música del autor británico, tantas veces tratado con condescendencia por su poco militante vanguardismo. El conjunto catalán nos mostró un Britten modernísimo, dejando en carne viva las disonancias, acentuando los choques instrumentales, dibujando en el segundo movimiento un portentoso paisaje tenebrista y sosteniendo durante casi veinte minutos la extenuante tensión interna de esa monumental chacona que Britten dedicó a Purcell en el día justo que se cumplían los doscientos cincuenta años de su muerte, un Purcell que se hizo presente en espíritu en otra noche gloriosa del Espacio Turina.

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