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Cuarteto Koré | Crítica

Buenas noticias de la base

Clara Gris, Àngels Espiell, Ángela Calero y Julia Núñez, el Cuarteto Koré en el Alcázar.

Clara Gris, Àngels Espiell, Ángela Calero y Julia Núñez, el Cuarteto Koré en el Alcázar. / Actidea

Aunque destacó principalmente como autora de canciones y de piezas breves para piano, Fanny Hensel mostró también talento en las piezas de mayor ambición formal, como en su Cuarteto, una obra estructuralmente novedosa (se abre con un Adagio e incluye un tercer movimiento igualmente lento) y armónicamente singular, con sus continuas vacilaciones entre modo mayor y menor, que dejan un regusto de amargura y tensión trágica, preparación perfecta para el Cuarteto nº14 de Schubert, una de las mayores obras artísticas jamás concebidas por mente humana alguna. Supongo que por las conocidas limitaciones de tiempo que impone el ciclo del Alcázar, la obra de Schubert se ofreció en una versión recortada, con abundantes repeticiones eliminadas, lo que resultó especialmente doloroso en las variaciones del Andante.

La desnudez del arranque del Cuarteto de la mayor de los Mendelssohn es una trampa mortal para cualquier conjunto bisoño, como el Koré, formado por cuatro jóvenes en torno a los 20 años vinculadas a la Fundación Barenboim-Said, que, en cualquier caso, remontaron rápidamente esas pequeñas imprecisiones para dejar una impresión estupenda, básicamente por dos razones: primera, el trabajo individual, de muy apreciable nivel en las cuatro, con impecable afinación, perfecta articulación y adecuada resolución de los pasajes técnicos más intrincados; segunda, la conjunción, verdaderamente admirable para un grupo tan joven y casi recién formado, y ello pese a pequeñas disfunciones ocasionales (por ejemplo, en uno de lo pasajes más difíciles del Andante schubertiano, en el arranque de la quinta variación).

De todo ello resultaron unas prestaciones de sonido bien empastado y notable homogeneidad, con vibrato muy controlado y una tendencia a la rapidez de los tempi (y en ocasiones a la aceleración, una tentación que hay que evitar) que se apreció especialmente en la obra de Schubert. Pese a los recortes en las variaciones, especialmente imponente resultó el Andante, afectado por pequeñas imprecisiones en el arranque (parecidas a las del comienzo de la obra de Hensel), pero que luego sonó magníficamente contrastado, con abundantes matices dinámicos y gran profundidad de foco (extraordinaria la violonchelista sevillana, y no sólo en esa segunda variación que le está dedicada). La obra schubertiana se desdibujó un tanto en sus dos últimos movimientos, a los que faltó ataques más incisivos y acentos más imperiosos, aunque el vertiginoso tempo escogido para el Finale sirvió para representar fielmente esa auténtica danza macabra con que la obra concluye.

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