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PELLÉAS ET MÉLISANDE | CRÍTICA

La poesía pura hecha ópera

Pelléas y Mélisande descubren el amor prohibido.

Pelléas y Mélisande descubren el amor prohibido. / Juan Carlos Muñoz

Si ya hemos podido esta temporada admirar la maestría de Michel Plasson en el ciclo sinfónico de la ROSS, tras esta interpretación de la genial ópera de Debussy queda demostrado que estamos ante uno de los más grandes maestros en el control orquestal. Convirtió a la orquesta en el elemento narrativo esencial de esta ópera, el que va sembrando de sugerencias y reminiscencias que dan sentido a las evanescentes palabras del simbolista texto. Así, por ejemplo, en la escena en la torre desde el foso fue emergiendo un magma sonoro cargado de sensualidad conforme Pelléas se iba envolviendo en los cabellos de Mélisande. O en la posterior de los celos de Golaud y su intento por saber hasta dónde llega la relación entre los jóvenes, con un dramatismo creciente pero perfectamente dosificado en oleadas cargadas de presagios trágicos. El maestro francés hizo que la Sinfónica sonase como pocas veces lo ha hecho en el foso. Con una lectura transparente y atenta a cada acento, hizo brillar una infinita paleta de colores en todas las secciones, desde los delicadísimos pasajes en armónicos de las cuerdas hasta la matización milimétrica de los metales.

La producción firmada por Willy Decker es también un dechado de finura y de inteligencia teatral. Cada una de las quince escenas presenta una disposición escénica diferente partiendo de elementos simples enmarcados en una escenografía curva con paneles traslúcidos de juegos visuales muy sugerentes y que, de paso, favorecía la proyección de las voces cuando cantaban al fondo de la escena. Bella iluminación y vestuarios con diferentes tonalidades de blancos.

Magnífico conjunto de voces para redondear la noche, empezando por una Eriksmoen de canto delicado y soñador, sumamente lírica y de timbre angelical. Bellísimo asimismo el color de la voz de Nelson, un barítono Martin capaz de plegar su potente voz a un fraseo sumamente delicado. De mayor contundencia pero igualmente sensible en su forma de decir fue Ketelsen, capaz de transmitir el dolor y la rabia sin forzar los ataques. Brillante y muy timbrado el Yniold de Deveze. Varnier, un bajo con resonante centro y grave, afianzó su franja aguda en las últimas escenas. Muy bien Castañeda y poco audible por engolada Pardo.

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