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Crítica 'El club'

Dios en los confines del mundo

el club. Drama, Chile, 2015, 98 min. Dirección: Pablo Larraín. Guión: Guillermo Calderón, Daniel Villalobos. Fotografía: Sergio Armstrong. Música: Carlos Cabezas, Arvo Pärt. Intérpretes: Roberto Farias, Antonia Zegers, Alfredo Castro, Alejandro Goic, Alejandro Sieveking, Jaime Vadell, Marcelo Alonso. 

Dios y el Diablo. La Vieja y la Nueva Iglesia. En los confines del mundo. La batalla que se libra en el interior de El Club, turbador quinto largometraje del chileno Pablo Larraín (Fuga, Tony Manero, Post Mortem, No), viene envuelta en una atmósfera de Apocalipsis, de fin del mundo en la Tierra, en los tonos grises, azules y difuminados, en la anchura anamórfica del cuadro, de un paisaje costero que esconde en una casa a un puñado de curas y a una monja expulsados de la iglesia.

Entre Bergman y Pasolini, El Club nos introduce entre esos muros y sus rutinas, laxo presidio de pederastas, maltratadores y delincuentes apartados de la vida civil y el sacerdocio, penitentes sin culpa ni arrepentimiento en la seguridad impune del anonimato.

De nuevo la historia reciente chilena planea sobre estas imágenes deformadas y sin foco, imágenes que traducen la atmósfera de crueldad siniestra, no exenta de un poderoso y liberador humor negro, que atraviesa este duelo entre los hombres y un ángel negro (portentoso Roberto Farias como Sandogan) llegado para recordar las afrentas, los abusos, las vejaciones y los delitos contra Dios y contra el hombre.

El Club es una película dura, desasosegante y cruda, rugosa y procaz, que convoca la palabra más explícita y los rostros más curtidos, para trazar una alucinada dialéctica sin solución ni salida posibles. La metáfora sobre el silencio de la Iglesia ante su corrupción interna es evidente, aunque el camino no haya sido precisamente el didáctico o el denunciatorio. La oscuridad y la violencia se ciernen sobre un territorio devastado, los curitas resisten y contraatacan para reestablecer el orden, ya con el mismísimo demonio instalado dentro de la casa.

Nunca la música de Arvo Pärt, tan manoseada por el cine, pareció tan bien usada e integrada, nunca tan propicia para un tema, unas formas y sus densidades. El Cantus en memoria de Benjamin Britten es también el acompasar tenebroso de unas almas podridas, castradas y sin remedio, la música de una expiación y una redención imposibles.

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