Plácido Domingo en Sevilla | Crítica

El ocaso (dorado) de los dioses

Vídeo del concierto de Plácido Domingo en Sevilla / José Ángel García

Sorpredentemente para un señor de ochenta y un años (oficiales) de edad, Plácido Domingo sigue manteniendo el tipo con más que dignidad a la vista del resultado de este concierto multitudinario en la Real Maestranza. Y ello a pesar de la lejanía en la que la organziación nos situó a los críticos locales. O de la amplificación un tanto burda que metalizó sistemáticamente el sonido de la orquesta a la vez que la hacía sonar sin relieve alguno. O de la lógica incomodidad de las gradas de los tendidos maestrantes, harto sacrificadas para un espectáculo de dos horas y cuarto.

Son los peajes que hay que pagar para asistir a este tipo de eventos en los que, demasiado a menudo, la música es lo de menos. La Sinfónica, por ejemplo, no pareció especialmente implicada en la cosa, como tampoco parece que hubiera ensayado algo con el director Eugene Kohn. Los violines sonaron como hacía tiempo que no sonaban. De mal, claro, sonido empeorado aún más por la amplificación. De la mano de un director especializado en estos espectáculos de masas, todo sonó a brocha gorda, con mucho bombo y platillo y dinámicas con muchas efes. Con estos elementos, la obertura de Le nozze di Figaro sonó precipitada y con dinámicas uniformes, sin gracia ni sutileza. Igual que la danza de La vida breve. En los acompañamientos de las piezas vocales se limitó a no tapar las voces y a seguirlas de forma rutinaria y sin mayores detalles. Eso sí, algunas intervenciones instrumentales, como las del clarinete, nos recordaron el enorme caudal de talento que atesora nuestra orquesta.Volviendo a Plácido: estuvo prácticamente toda la primera parte dubitativo, corto de aliento, con olvidos de texto, si bien al final encontró la firmeza y el control de la emisión que lució el resto del programa. Sorprende la pureza de entonación y la limpieza de su sonido, que sigue mostrando ese metal bruñido de siempre y ese fraseo incisivo, expresivo y dramático de sus mejores tiempos. En las piezas de zarzuela estuvo francamente espléndido y exultante, rematando con un No puede ser como pocas veces se puede escuchar hoy día.Sorprendente: Domingo estuvo muy por encima de un Jorge de León bamboleante, estrangulado en el pasaje, siempre rozando el accidente vocal y con serias dificultades para encontrar a la primera la nota afinada. Fraseó tosco y con ausencia de medias voces, yéndose al forte a las primeras de cambio.Todo lo contrario de una María José Siri plena de facultades como soprano verdiana, de voz firme, de timbre acerado y pasión en el canto. Sensacional en las dos Leonoras de Verdi. Su messa di voce en el Pace mio Dio fue excepcional, regulada nota a nota, mientras que en el duo de Il trovatore supo salir triunfante de las coloraturas y agilidades. Y en las piezas de zarzuela mostró la potencia de su voz y la claridad de su articulación.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios