Edwards narra el compromiso de su generación en su nueva novela

'La Casa de Dostoievsky', distinguida con el Premio Iberoamericano de Narrativa, describe el viaje de un poeta por varios países en proceso de transformación

Fernando Quiroz, en primer plano, posa en la Fundación Lara con Jorge Edwards detrás.
Fernando Quiroz, en primer plano, posa en la Fundación Lara con Jorge Edwards detrás.
Braulio Ortiz / Sevilla

10 de junio 2008 - 05:00

El chileno Jorge Edwards y el colombiano Fernado Quiroz presentaron ayer en Sevilla las novelas La Casa de Dostoievsky y Justos por pecadores, ganadora y finalista del Premio Iberoamericano de Narrativa Planeta - Casamérica.

En la primera, el Premio Cervantes vuelca alguna de sus inquietudes -la poesía, el amor y la política- a través del periplo de un poeta que se desplaza por varios países en un momento de transformaciones históricas.

En este texto generacional, que "tiene algo de autobiográfico, porque yo quise ser poeta pero me pasé a la narrativa", el autor de Los convidados de piedra describe "un Santiago de Chile que ya no existe, la ciudad de mi adolescencia", un viaje que le permite frecuentar de nuevo aquellas tabernas literarias "en las que ponían un vino peleón que te dejaba un círculo negro alrededor de la boca, y al que yo sobreviví porque tengo buena salud".

El enamoramiento del protagonista por Teresa, "una mujer que empieza siendo musa del poeta, después su amante y finalmente su madre, una evolución que he observado en multitud de ocasiones", admite Edwards, trasladará al personaje al París de los sesenta y a la Cuba revolucionaria, antes de regresar a un Chile a punto de ser tomado por Pinochet.

Edwards no oculta una media sonrisa cuando habla de Cuba, a cuyos paisajes retorna -sólo en la ficción- tras la crítica al régimen castrista que hizo en Persona non grata. El novelista, que sólo estuvo tres meses en la isla pero considera aquella estancia una "experiencia esencial" de su vida, rechaza la idea de pisar otra vez suelo cubano. "A lo mejor puedo volver con el retiro del comandante, pero es demasiado complicado eso de que antiguos enemigos me puedan ver ahora como un amigo", sostiene el chileno, que cree "que falta mucho para que pueda ser persona grata allí".

Según comentó Edwards, La Casa de Dostoievsky es el resultado de la reescritura de un antiguo cuento suyo. El escritor se inspiraba en una anécdota que le ocurrió a su amigo Enrique Lihn. "Era un tipo desordenado y en una pieza que alquiló se le empezaron a acumular zapatos viejos, máquinas rotas, papeles y libros. Era tal la acumulación que un día no pudo abrir la puerta. Entonces, salió por la ventana, tiró la llave dentro y no volvió nunca más", narró.

Por su parte, Fernando Quiroz denuncia en Justos por pecadores los mecanismos que utiliza el Opus Dei para captar y retener a sus integrantes. "Mi novela es la historia de un hombre que es virgen a los treinta y tantos, al que le han dicho que la mujer es el pecado y que tiene que liberarse de las taras mentales", resume el autor, quien también se ha inspirado en vivencias personales para su obra. "Estudié en un colegio del Opus en Bogotá y fui pescado por la congregación", explica sobre una etapa en la que "ocurrieron cosas extrañas, como que me dieran un cilicio que tenía que usar durante dos horas al día".

Quiroz recuerda que, cuando decidió dejar el Opus, "vinieron las amenazas con el infierno. Me decían que otro se había salido, que ahora tenía cáncer y que la familia estaba sufriendo mucho". En Justos por pecadores, el colombiano no se ciñe a los capítulos vividos en carne propia y también mezcla "casos de gente que conozco y que no conozco, pero sobre la que me documenté".

Cuando todavía no se había publicado la novela pero ya se había anunciado el fallo del premio, Quiroz supo por un sacerdote al que reencontró qué pensaban en el Opus del libro. "Me dijo que estaba tristemente célebre, que escribí con odio, y que la instrucción era no hacer nada contra mí. Pero eso fue antes de que se editara la obra", cuenta.

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