Una imagen interior | Crítica de teatro

La indomabilidad de la existencia

Una imagen del mural que realizan los propios intérpretes en 'Una imagen interior'.

Una imagen del mural que realizan los propios intérpretes en 'Una imagen interior'. / Werner Strouven

En los años 80, el psiquiatra Carlos Castilla del Pino y el semiólogo Jorge Lozano organizaron un seminario para hablar de la mentira y la ficción. Y no porque les interesara especialmente, sino porque la ficción era, según ellos, una manera de llegar a algo mucho más inasible como es la verdad o la realidad.

Aquella realidad de la que discutíamos nos parece ahora inocente en comparación con la maraña originada más tarde tras la saga de Matrix, la caída de las torres gemelas, la aparición de las fake news o un confinamiento mundial en el que la ultraficción y la ultrarealidad, cebadas y confundidas por la televisión y las redes sociales, ha dejado nuestros cerebros al borde de un colapso del que está resultando muy difícil escapar.

Y es de ese choque entre la ficción, individual o colectiva, la realidad y la visión personal que cada uno se construye de ellas, de lo que trata esta pieza, estrenada en 2022 y aplaudida ya en varios festivales.

Para ello, El conde de Torrefiel, compañía surgida en 2010 de la mano de Tanya Beyeler y de Pablo Gisbert (antiguo miembro de La Veronal), se ha valido, en su más puro estilo, de una mezcla de materiales, principalmente textos proyectados con descripciones de la situación (como “esto es un teatro y lo que aquí ocurre es ficción”); ráfagas de sustantivos de nuestra cotidianidad y reflexiones sobre la indomabilidad de una existencia en la que ya nada es permanente o seguro, salvo la muerte y el deseo de escapar de ella.Seis actores o performers, dos técnicos y un perro ponen el movimiento en silencio, aunque sus bocas se mueven sin cesar, y habitan un museo y mundos de plásticos de diversos colores -auténticas instalaciones de artes plásticas- que nos proporcionan imágenes poderosas y sugerentes, envueltas en una luz y un sonido espectaculares.

Con toda su carga filosófica y sus juegos lingüísticos y semánticos, Una imagen interior elige el teatro porque es el lugar de los conflictos, pero también de las posibilidades en el aquí y el ahora. Y entre ellas, tal vez la de crear una nueva forma de atravesar indemnes las lagunas estigias del mundo que nos rodea.

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