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Ensemble Viardot XXI | Crítica

Pauline se instala en Sevilla

Soriano, Bardlowska y Ressurreição, el Ensemble Viardot XXI en el Alcázar

Soriano, Bardlowska y Ressurreição, el Ensemble Viardot XXI en el Alcázar / Actidea

Al adjudicarle el adjetivo de "cosmopolita", Francisco Soriano atrapó a la perfección la esencia de la personalidad de Pauline Viardot (nacida Paulina García Briones). Hija de sevillano y madrileña y una de las mayores divas de la ópera en todo el siglo XIX, Viardot nació en París, pero reinó en todo el continente y pasó largas temporadas de su vida en Rusia y Alemania. Por el país de sus padres pasó fugazmente, pero en su casa nunca dejó de hablarse el español y eso se reflejó en su obra compositiva, no demasiado extensa y centrada sobre todo en las canciones de salón. Algunas de ellas están escritas sobre textos en español y fueron rescatadas recientemente y estrenadas en Sevilla en mayo pasado por este mismo conjunto (en aquel caso, la soprano fue la madrileña Natalia Labourdette) que, ahora, para el Alcázar las ha mezclado con otras piezas de la parisina escritas en francés, ruso y alemán.

Además de las canciones, extraordinariamente escritas para la voz y notablemente variadas en ritmos, armonías y carácter expresivo, se incluyeron tres fragmentos de Le dernier sorcier, una de las operetas de salón que Viardot escribió al final de su vida y que también están siendo recuperadas últimamente. Todo el proyecto se levanta desde el piano ardoroso y exquisitamente matizado de Soriano, que no sólo ajustó su fraseo y sus acentos a la respiración de las cantantes, sino que se movió con una agilidad y una contundencia extraordinarias en los múltiples preludios e interludios que contienen muchas de estas piezas.

Las dos voces eran muy distintas y se complementaban bien. La portuguesa Helena Ressurreição es aún muy joven (no llega ni a la treintena), pero muestra un instrumento de una calidez y una calidad soberbias. La voz, de reflejos oscuros, plateados, es bellísima y la emplea ya con absoluta inteligencia, especialmente a la hora del manejo del color y de las dinámicas: sus cierres en pianissimo en Die Sterne o en La caña fueron antológicos, pero ya en el Lamento de amor que abrió el recital había mostrado sus poderes: fraseo delicadísimo, línea impecable, acentos siempre volcados en la expresión del texto. Es un talento natural a seguir muy de cerca.

Algo más destemplada empezó la polaca Urszula Bardlowska, una voz muy homogénea en todo el registro, aunque el exceso de vibrato la descolocaba un poco cuando salía de su cómoda y sólida zona central. En cualquier caso, fue creciéndose con el paso del recital y resolvió con aplomo, e incluso adornándose con elegancia, las agilidades finales de la "Canción de la lluvia" de Le dernier sorcier, auténtico tobogán rompegargantas. En los dúos, su timbre incisivo a veces oscurecía a su compañera. En cambio, en la Habanera, las dos cantantes brillaron con una interpretación sensual y emotiva. A lo mejor es verdad que doscientos años después de su nacimiento, Pauline ha venido a la ciudad en la que nació y dio sus primeros pasos artísticos su padre para quedarse.

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