Eva Yerbabuena | Crítica

Los caminos de la emoción

Eva Yerbabuena en un momento del espectáculo.

Eva Yerbabuena en un momento del espectáculo. / Guillermo Mendo/Teatro de la Maestranza

Tolstói no tenía consciencia de lo que importa en su arte. Era consciente de que era su capacidad de trasmitir emociones, además de su enormidad como narrador, lo que nos atrapa a sus lectores. Pero esta capacidad asombrosa, natural, al alcance de pocos, estimaba que era un mero camino para trasmitir al lector lo que él consideraba relevante en su arte, su ideología. Por supuesto que, salvo en el caso particular de Gandhi, no es eso lo que interesa a la mayoría de los lectores de Tolstói.

Brecht va más allá y trata de imponer distancia sobre su público, para trasmitir sus ideas. Pero Brecht hoy se disfruta en grandes templos laicos del capitalismo que pretendía erradicar y nos seduce por su capacidad para trasmitir emociones, más acá de la distancia. Es decir, en arte, en la vida, es la emoción lo que importa. Arte es el otro nombre de la vida. Arte tiene mi frutero, mi vecina. Una piedra de mi calle. ¿Sabe la piedra lo que es el arte? Tolstoi y Brecht valoraban su capacidad para trasmitir emociones como un medio para otro fin, trasmitir ideología, por la misma facilidad que tenían para hacerlo. Lo que nos viene dado, no lo valoramos. Pero yo doy las gracias por la soleá de esta noche y de todas las noches de Eva. Hay un momento, dos, tres, en que la emoción se trasmite a borbotones, a ráfagas densas, genuinas, que se pueden cortar.

Lo he escrito muchas veces, que hay un intento, dos, tres. Pero de repente, con el traje de bolera, con las hombreras de lentejuelas, un temblor recorre las espinas dorsales de las 1500 personas que nos congregábamos en el Teatro de la Maestranza. No hacen falta más pruebas, más probaturas. Y vendrán más. No hacen falta más evidencias. Se trata de un público culto, muy culto. Un público que entiende de emociones, de arte. No es inteligencia emocional es la vida misma, puesta en pie. Un don innato. Lo demás es farfolla, por muy trabajosa que sea. O, lo que es peor, ideología.

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