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Crítica de Cine

Excelente denuncia

Una escena de este drama laboral dirigido por Nicolas Silhol.

Una escena de este drama laboral dirigido por Nicolas Silhol. / Claire Nicol

En 1992 esa gran, intensa y dolorosa película de David Mamet que es Glengarry Glen Ross (titulada en España Éxito a cualquier precio) ponía en primer plano la dura reconversión de las condiciones de trabajo en una fase de aún más despiadadamente competitiva evolución del capitalismo. Recuperaba una tradición del cine americano que cuenta con joyas clásicas como La multitud de King Vidor y modernas como El apartamento de Wilder (que no casualmente arrancaba homenajeando la cinta de Vidor). Tras la obra de Mamet la crisis desencadenó una corriente de películas sobre las condiciones de trabajo en las grandes corporaciones de entre las que destacaría -sobre todo por el trabajo de uno de mis actores favoritos, Chris Cooper- The Company Men. En Europa, que cuenta con precedentes clásicos como El último de Murnau y modernos como El empleo de Olmi, lo hacía también en los 90 con Recursos humanos de Cantet. No se trata solo de cine social de ambiente obrero o rural (también con una gloriosa tradición desde Intolerancia y Tiempos modernos hasta Dos días, una noche), sino de cine laboral de medio o alto empleo urbano, de las corporaciones y sus estrategias en la era del ultraliberalismo global.

De esto, en formato de thriller laboral, trata esta muy buena película inspirada en el escándalo de France-Télecom tras cuya política de acoso y despidos se produjeron 35 suicidios en dos años, abriéndose una investigación judicial. En la brillante dirección del debutante Nicolas Silhol se unen razones éticas y personales: su padre trabajó en France-Télécom. Una dura jefa de recursos humanos (excelente trabajo interpretativo de Céline Sallette) es contratada por una gran empresa para invitar a dejarla a los empleados de los que quiere deshacerse acosándolos laboralmente: el mobbing, ya saben. Es una mujer sin sentimientos aparentes que se ha endurecido para competir como un hombre en un mundo de hombres que, por serlo, le obliga también a no olvidar las antiguas armas femeninas de elegancia y belleza. Silohl utiliza la estrategia más segura del cine de denuncia: implicar al espectador, por identificación, con un personaje negativo al que, al traspasarse límites insoportables hasta para él, se le despierta una conciencia hasta entonces dormida o amordazada por la necesidad y/o la ambición. Las circunstancias dejan entonces de ser coartada. Escalofría pensar que el detonante de esta toma de conciencia se inspira directamente en el hecho real del primer suicidio del caso France-Télécom: en febrero de 2008 un empleado se suicidó en su puesto de trabajo.

Todo lo dicho hasta aquí es el planteamiento de la película. Su desarrollo es tan duro como apasionante y aleccionador. A veces, por suerte, el cine aún puede ayudar a espabilar conciencias abandonando el relativismo y el cinismo tan en boga. Y lo hace con muy buenas maneras cinematográficas, combinando la fuerza de la denuncia con la emoción del thriller al modo del mejor Costa-Gavras.

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