Farruquito, El Farru y El Carpeta | Crítica

Fuera de la zona de confort

El espectáculo es, también, un homenaje al maestro Farruco.

El espectáculo es, también, un homenaje al maestro Farruco. / Cía. Farruquito, El Farru y Carpeta

Farruquito es un artista excepcional. De esos que surgen muy de vez en cuando. Cuando su magia hace acto de presencia, la electricidad se apodera de la columna vertebral del espectador. Y en ese momento, como ocurrió anoche en la caña, se acaban los cálculos, las elucubraciones. Sólo cabe entregarse al momento presente. Además el artista se sale de su zona de confort, como hizo en la farruca con apenas una pincelada de cante. Es decir, algo que, dentro del mundo del flamenco, se encuentra en las antípodas de la estética de su familia, que es la suya. El suyo es un baile dionisíaco, de entrega, de desborde emocional. En tanto que la farruca es un estilo seco, apolíneo, muy exigente al nivel técnico. Con la farruca, y no es desde luego la primera vez que la baila, demuestra el bailaor sevillano que es un artista completo, capaz de atacar, desde su personal manera de concebirla, cualquier estética jonda. Pero no crean que este no es un espectáculo 100% Farruco. Lo es. Porque salvo esta pincelada por farrucas, que luego se convierte en un paso a dos con El Farru, es una obra de entrega, de desborde. De enorme tensión física y emocional. Y, por tanto, muy rítmica.

El Farru bailó un taranto que enseguida se volvió tangos, uno de los estilos estrella de este bailaor. En el que más cómodo se encuentra y donde puede dar rienda suelta a su virtuosismo rítmico, a su desparpajo. A su oído absoluto para escuchar el cante. Y donde hubo también un homenaje a La Faraona que fue el miembro de la familia Farruco que hizo bandera de dicho estilo. Mostró una enorme complicidad con las cantaoras a las que terminó regalando "pañolitos de colores".

El solo del Carpeta fue por alegrías. El bailaor se movió a sus anchas sobre la escena y, a una señal suya, el grupo se paró, llenando de silencio la escena. Los números de grupo fueron el comienzo y el final. Seguiriyas y soleares que son un homenaje al maestro Farruco. Porque estos artistas saben muy bien de dónde vienen. Especialmente en la soleá en donde reprodujeron literalmente las coreografías de su egregio abuelo, tocados con sombrero y cerrando la pieza con una serie de imágenes de Farruco.

La compenetración con los músicos fue total y el trabajo de creación musical es notable, con algunos pasajes a dos voces muy emotivos. También hubo momentos para el lucimiento personal de cada uno de los músicos, destacando la granaína de Pepe de Pura y el solo de guitarra por bulerías.

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