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ORQUESTA BARROCA DE SEVILLA | CRÍTICA

Diabluras del cura pelirrojo

La Orquesta Barroca de Sevilla luchando con el calor.

La Orquesta Barroca de Sevilla luchando con el calor. / Antonio Iglesias

Como sacerdote dejó mucho que desear, hay que reconocerlo: apenas si dijo alguna misa alegando que su afección de pulmón le impedía soportar el humo de las velas y de los saumerios; se pasó media vida viajando de aquí para allá como violinista y para buscar editores para sus composiciones; y además lo hizo en compañía de señoritas que eran alumnas suyas del Ospedale de la Pietà. Pero..., era un genio de la composición, una mente en continua ebullición creadora, una fábrica de fantasía y de innovación, una explosión de fuerza y energía sonora inextinguible.

Así lo dejó de manifiesto en su primera colección de conciertos, su opus 3, publicada en 1711 bajo el título de L’estro armónico. Inspiración armónica es lo que demuestra tener Vivaldi en esta galería de experimentos combinatorios y de innovaciones formales y expresivas que ha servido para que la Orquesta Barroca de Sevilla haya ofrecido uno de los conciertos más memorables de su historia. Una vez más se manifestó la capacidad que tiene Enrico Onofri para sacar lo mejor del grupo. El sonido empastado y la flexibilidad y la agilidad para los cambios de dinámicas, para los efectos agógicos o para los matices de color, se pusieron al servicio de un fraseo incisivo, enérgico, teatral en esos secos acordes en forte seguidos de un expresivo silencio rellenado por las figuraciones de un inspirado Casal al clave. Incluso efectos de eco en el RV 578 o haciendo que dos de los cuatro solistas se diesen la vuelta en el Andante del RV 550.

Como solista en todos y cada uno de los ocho conciertos del programa, Onofri fue una fuente inagotable de fantasía articulatoria y ornamental. No rehuye sonoridades no tan brillantes si con ello consigue un efecto expresivo o un contraste teatral. Encadenó con naturalidad tiradas de cambios de arco (Largo del RV 580), adornó los ya de por sí complicados bariolages con ornamentación impensable (tercer tiempo del RV 522), enriqueció las complejas frases del Allegro e spiccato del RV 578, o llegó hasta el límite de la definición del sonido, con cuerdas pisadas al aire, en la cadencia del primer Allegro del RV 230. En los conciertos para dos violines tuvo junto a él a una digna rival, una Lina Tur que no le va la zaga al italiano en materia de agilidad de fantasía ornamental. Como es de suponer, los resultados fueron de poner la carne de gallina de asombro y de emoción. Y en los conciertos para cuatro violines solistas fueron rotando todos los violinista de la OBS, incluída la última incorporación de la cantera, un espléndido y prometedor Valentín Sánchez Piñero, que pudo compartir atril con su padre Valentín Sánchez Venzalá. Con violinistas así se explica la calidad de la OBS. Por último, un nuevo aplauso para la fortaleza y la presencia del violonchelo de Mercedes Ruiz en sus intervenciones solistas, apoyada por el contundente continuo.

Han llegado los primeros calores del año y el ambiente en la sala era ya insoportable, sobre todo para los músicos. ¿Es que no hay voluntad para arreglar definitivamente la climatización tras tantos años de miserias térmicas? ¿No hay nadie que se lo sople al alcalde para que por fin tenga una ocurrencia sensata? ¡Ay, la Cultura!

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