VOX LUMINIS | CRÍTICA

Músicas para olvidar el presente

Vox Luminis y los Solistas de la Orquesta Barroca de Friburgo.

Vox Luminis y los Solistas de la Orquesta Barroca de Friburgo. / José Ángel García

La voz de la luz. O la luz de la voz. Ambos sintagmas pueden servir para definir, si bien sea de manera visual, lo que el primer concierto de este esperadísimo Femás ha representado. Tras dos años y sumidos en medio de las tribulaciones por el virus que nos acecha y el miedo que nos atenaza, el consuelo de la música se muestra necesario más que nunca. Y máxime de estas músicas que han sonado como apertura de un mes que se aventura gozoso en lo musical como contrapartida del dolor y del temor en que vivimos. Quantus tremor est futurus, dice el texto del oficio de difuntos, como anuncio de lo que aún nos queda por pasar. Quién lo niega, pero quien niega también que el ser humano ha sido capaz a lo largo de los siglos de sublimar el miedo y el dolor en sonidos de consuelo y de esperanza. Omnia vincit Musica, como dice el lema de este festival: que así sea.

Músicas que nacen de la reflexión sobre el dolor y la esperanza conformaron el programa con el que el soberbio grupo abrió el festival. Con diez voces para Bernahrd y Biber y doce para Steffani, el grupo belga mostró hasta qué punto puede llegar un coro cuando cada uno de sus integrantes bien podría actuar como solista en cualquier programa y cuando el trabajo de conjunto es tan exhaustivo. A pesar de poderse apreciar la personalidad individual de cada voz, el empaste fue absoluto, impecable, compacto, con una impresionante capacidad de respuesta a los cambios dinámicos y agógicos impuestos por el director francés Lionel Meunier. La disposición de los dos bajos (cada uno con timbre específico pero bien engarzados entre sí) en el centro ayudó a fijar ese sonido limpio y preciso del coro, con las demás voces situadas de forma simétrica a un lado y otro del centro tonal de los bajos.

Resultó especialmente remarcable la claridad y limpieza de la articulación, haciendo inteligible el texto y, con ello, otorgando sentido retórico a las acentuaciones y detalles con las que Meunier nos expuso estas músicas.

Incluso cuando las piezas, como las Bernhard (inspiradas en Lc 2, 22-32) transcurren con tempo reposado (la espera gozosa en la muerte y en la unión con Dios de Simeón), Meunier estableció un ritmo bien marcado, con acentos de intensidad minuciosamente graduada, sobre todo cuando en las líneas del bajo aparecían claras figuras en ostinato.

Es imposible reseñar la inacabable cantidad de detalles en el fraseo, pero nos quedaríamos con los crescendi y dimuendi regulados al milímetro en la obra de Steffani; o en los ataques enérgicos pero siempre contenidos en la de Biber (Dies irae o De poenis inferni).

Los solistas de Friburgo crearon el clima tímbrico perfecto para arropar a estas voces, con notas de color en las cuerdas y con la suavidad de los sacabuches.

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