Fígaro en Cuatro Caminos
Círculo de Tiza publica, en un volumen hermosamente editado, una selección de artículos de Francisco Umbral publicados entre 1976 y 1999.
El tiempo reversible. Francisco Umbral. Prólogo de Antonio Lucas. Círculo de Tiza. Madrid, 2015. 342 páginas. 22 euros.
Se recogen aquí, hermosamente editados, una porción de artículos de Francisco Umbral publicados entre 1976 y 1999. Quedan fuera, por tanto, aquellas Crónicas antiparlamentarias de los primeros 70, así como su columnismo último, del que se da, no obstante, una melancólica muestra en el epílogo. Se trata de un artículo titulado Santa Transición, tema inequívocamente umbraliano, escrito dos meses antes de su muerte. Dice el poeta Antonio Lucas en el prólogo que a Umbral no se le perdona. No se le perdona su escritura, su oficio, su "libérrimo magisterio". Pero el problema es, quizá, no tanto esa venganza póstuma contra el maestro, de la que ningún escritor relevante queda libre, sino el modo particular en que ha venido a expresarse.
Para minusvalorar su obra, se ha dicho que Umbral era sólo un buen articulista. Esta verdad parcial, por lo demás tan obvia, oculta sin embargo otra obviedad de naturaleza histórica: el articulismo, junto con el poema en prosa y el relato, es uno de los grandes géneros de la modernidad literaria. Con lo cual, el Umbral articulista, aun sin contar con la novela y el ensayo, viene ya incardinado en una tradición que arranca en los almanaques de Torres Villarroel y adquiere intencionalidad política en Mariano José de Larra. A ese mismo linaje han pertenecido, más recientemente, Julio Camba, Josep Pla y Álvaro Cunqueiro, autores cuya preeminencia literaria no ofrece discusión alguna. También se aduce contra Umbral un exceso de lirismo, cuando la lírica de Umbral, en sus artículos, ha ido siempre en servicio de la intimidad con el lector, y en suma, en servicio de un cronismo de ambición sociológica y pulso periodístico. A esto cabe añadirle las críticas a su estilo: ya sea su prosa brillante (vale decir, decorativa y vacua), ya sea un coloquialismo conceptuado como vulgar y fácil. No obstante, ambos aspectos de la obra umbraliana no hacen sino subrayar la versatilidad y la pericia de su escritura, cuya originalidad residió, en buena parte, en ese mutuo desdecirse de lo lírico y lo popular, compensados ambos eficazmente, en una promiscuidad tan diestra como impura que encuentra sus raíces en Quevedo y Valle.
Digamos, pues, que pocos autores del XX han tenido una conciencia del idioma, de sus atajos, de sus automatismos y sus zonas ciegas, tan acusada y fértil como Francisco Umbral. El hecho mismo de que sus detractores lo acusen de ser literario, en las vertientes aquí insinuadas, no hace sino recordarnos la pereza crítica que nos asiste. El lector que hoy se asome a estos artículos va a encontrar, sobre el tumulto de una España en fuga, la mirada perspicaz y la escritura en llamas de quien se supo, a un tiempo, gerifalte y lacayo del lenguaje. Si Campmany lo llamó el "autodidacto", no es menos cierto que de ese autodidactismo emergió una cultura sólida y un castellano raudo, proliferante, vivo, por el que asoman, en perfecto desorden, Lorca y Neruda y Machado y Borges; por el que asoma Quevedo con su cuchilla de triturar poetas. También asomará Pemán, cuando el artículo devenga ensayo, como asoma González-Ruano cuando su articulismo gira hacia el impudor y la fragilidad del dandy. El Umbral más parecido a Larra, a su reformismo irónico del Ochocientos, es aquél que puede hallarse en las Crónicas antiparlamentarias, antes citadas. El Umbral más similar a Umbral es, quizá, ése que muerde su propia mano y descubre la ridiculez ("la infinita vanidad del Todo", en verso de Leopardi) allí donde se pretendió lo ático y solemne. Se trata, en cualquier caso, de la biografía política de un país. Pero una biografía donde los grandes nombres vienen compensados por la trepidación y el zigzagueo de las masas.
Debe decirse, por último, que el gran hallazgo de Umbral, a pesar de sus lecturas de Barthes, de Robbe-Grillet, etcétera, es eso mismo que la noveau roman repudió, la profundidad del lenguaje. Si Robbe-Grillet postuló la altiplanicie fría de un idioma sin espesor y sin memoria, en el articulismo de Umbral las palabras tienen, como quería Ortega, una oscura genealogía, un sedimento de siglos, que otorgan su curvatura y su peso a cada término. En Umbral, este combarse del idioma es lo que el lector descubre prima facie; un idioma vuelto del revés, que sin embargo se dice, que sin embargo es nuestro.
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