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Gabriel Díaz & Alfonso Sebastián | Crítica

El canto fácil

Alfonso Sebastián y Gabriel Díaz en el Espacio Turina.

Alfonso Sebastián y Gabriel Díaz en el Espacio Turina. / P.J.V.

Para cuando el joven Haendel llega a Italia en 1706, la ópera estaba a punto de dar un salto vertiginoso a un estilo más virtuosístico que el del tradicional belcanto veneciano, y su hermana menor, la cantata, le seguiría por el mismo camino, aunque algún paso por detrás. Acaso por el ámbito en que este género de obras se difundía, el doméstico, lejos de las tensiones y los duelos competitivos que se vivían en los teatros, los cantantes, y obviamente los compositores que los servían, buscaban un tipo de expresión vocal algo más tranquilo y moderado, sin tantas exigencias ni florituras, sin tanto explorar en los límites del instrumento.

Escuchando cantar a Gabriel Díaz una preciosa selección de cinco cantatas de Haendel pareciera en realidad lo más fácil del mundo. El contratenor pileño volvió a mostrar la pureza de su elocuente expresión, apoyada en un fraseo limpio, una emisión relajada, sin estridencias ni tiranteces, con un color de gran homogeneidad (reservó pequeños cambios del mecanismo emisor para marcar algún detalle, como en "cruda Clori" de HWV 91a) y una aparente sencillez para superar las agilidades, que son desde luego menos que en las óperas del período, pero que exigen buen control de la respiración y diligencia en la articulación.

Todo estuvo puesto al servicio de la expresión, así que si los recitativos pedían dramatismo, Díaz podía enfatizar alguna disonancia (Clori degli occhi miei) o marcar con mayor pujanza los acentos (Stanco de più soffrire). En las arias supo recorrer con pasión pero sin exageraciones fuera de lugar los afectos requeridos, casi todos vinculados al sentimiento amoroso, pero desde diferentes perspectivas, acompañándose de algún rubato por aquí (como al principio de Lungi da me, pensier tiranno), de algún detalle de dinámicas por allá o con ornamentaciones en los da capo que fueron siempre discretas. Nada habría sido igual desde luego sin el lujoso acompañamiento de Alfonso Sebastián, que guio auténticamente a la voz por cada frase del texto, creando un tejido transparente y acentuando de forma siempre expresiva los momentos claves de cada número. En las piezas a solo, Sebastián mostró destreza sobresaliente y diamantina claridad

Fuera de programa, este dúo tan sevillano (el clavecinista es de Zaragoza, pero tiene larga vinculación con la ciudad) se lució en un aria del Orlando ("Già l'ebro mio ciglio") que es casi imposible de escuchar interpretada de forma más emocionante y delicada. 

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