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RUTH ROSIQUE & JUAN CARLOS GARVAYO | CRÍTICA

Tradición y vanguardia en la canción española

Juan Carlos Garvayo y Ruth Rosique en Labradores.

Juan Carlos Garvayo y Ruth Rosique en Labradores. / Federico Mantecón

En torno al centenario del Concurso de Cante Jondo de Granada, auspiciado por Lorca y por Falla, la soprano sanluqueña Ruth Rosique y el pianista motrileño Juan Carlos Garvayo (Premio Nacional de Música) han montado un coherente programa con obras de ambas personalidades sumadas a las de Turina y María Rodrigo, con el común denominador de hacer de la música tradicional andaluza la base de armonizaciones o elaboraciones más complejas.

Para las Canciones populares españolas de Lorca, Rosique optó acertadamente por un fraseo que, sin olvidarse de la base del canto tradicional, tampoco se volcaba exagerada y forzadamente sobre él. Ayeos y melismas estuvieron en su punto justo combinados siempre con un canto de emisión firme y bien apoyado, sin tiranteces ni desgarros que rompiesen el brillo del timbre. Hubo momentos de gran delicadeza en el fraseo, como en la Nana de Sevilla, con melismas muy suaves y un sutil uso de la media voz. Gracia, elegancia y énfasis en la acentuación caracterizaron Los cuatro muleros, para transitar hacia una versión recogida y delicada de Las morillas de Jaén, obviando la excesiva dulzura con la que a menudo se interpreta esta pieza. La soprano mostró su control del color en las Sevillanas del siglo XVIII, alternando sonidos gruesos con otros más ligeros. La colección Ayes de María Rodrigo, con textos de María Lejárraga, combina la vanguardia en la escritura pianística con la línea tradicional en el canto. Quizá a estas piezas le hubiera hecho falta un poco de contención en las dinámicas por parte de la cantante en vez de lanzarse en fortissimo en los finales. De su interpretación de Poema en forma de canciones de Turina cabe señalar, además del desgarro de Cantares, la brillante resolución de la escala cromática ascendente y en crescendo sobre la palabra "locura" en Las locas de amor. Para las Siete canciones populares españolas de Falla reservó Rosique sus sonidos más delicados y matizados en momentos tan bellos como la Nana o la Asturiana, para culminar con los sonidos negros del Polo.

Fue un puro placer escuchar la manera en la que Garvayo controló en todo momentos el sonido y el color del piano, así como todos los recursos expresivos. Así, el rubato con el que atacó la Nana de Sevilla, el staccato casi guitarrístico del Café de Chinitas o las bien marcadas síncopas de Romance Pascual. Supo de dotar de riqueza de colores al instrumento en Dedicatoria. Pero donde la sutilidad de su fraseo, con pianissimi magistrales y toda una gradación de dinámicas por debajo del mezzoforte, alcanzó niveles excepcionales fue en las piezas de Falla, culminando con un Polo en el que el piano sonaba como una profunda guitarra flamenca.

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