Hay alguien en el bosque | Crítica de teatro

La sombra alargada del miedo

Una imagen de la dura pieza teatral que se representa este fin de semana en el Teatro Central

Una imagen de la dura pieza teatral que se representa este fin de semana en el Teatro Central / Oriol Casanovas

Se dice que lo que no se nombra no existe. Y la violación como arma de poder y de destrucción existe. Es tan real como las mujeres que la sufren, ya en las guerras ya en el seno de sus hogares.

Hay alguien en el bosque da voz a esas mujeres que, tras un episodio traumático, no solo viven silenciadas, ignoradas y en muchos casos rechazadas por sus comunidades, sino que tienen que vérselas cada día con un inquilino que ya no las abandona: el miedo.

De todas ellas, Hay alguien en el bosque se centra en las supervivientes de la guerra de Bosnia-Herzegovina, un conflicto en el que, entre 25.000 y 50.000 mujeres, mayoritariamente musulmanas, fueron violadas repetidamente de modo que, a los nueve meses, nacieron más de 4.000 niños engendrados por sus enemigos.

La pieza se enmarca en un proyecto que partió de una investigación periodística sobre el terreno y que ha dado lugar, entre otras cosas, a un magnífico documental (disponible en Filmin) y a esta pieza teatral de Ana María Ricart y Joan Arqué que se estrenó en el festival Temporada Alta de Gerona en 2020 y ahora llega a Sevilla después de haber recorrido también los países del conflicto.

Perteneciente al llamado teatro documental, en Hay alguien en el bosque siete actores y actrices miran de frente al público y reproducen literalmente los testimonios de algunas de estas mujeres violadas, como Meliha, bosnia musulmana, Nevenka, bosnia de origen croata y Milica, bosnia de origen serbio, así como algunos de sus hijos: Alen, Ajna y Lejla.

Treinta años después, los autores de este proyecto quieren dar a conocer lo que pasó y ayudar de algún modo en la lucha de estas personas para lograr que se juzgue a los culpables y se puedan sanar las heridas.

La pieza está estructurada en 15 escenas de un ritmo irregular en las que los actores van encarnando a los personajes citados y a otros, como Dusko, el comandante que permitió las violaciones en un campo de concentración y que ahora niega cínicamente lo ocurrido, o Eric, el compañero de Jordi Pujol Puente, el primer fotoperiodista que perdió la vida en Bosnia.

A pesar de su dureza, Hay alguien en el bosque no busca nunca la sensiblería ni el desbordamiento emocional y para ello, para lograr el distanciamiento de los actores y del público, va mezclando el relato con el de los propios actores, inmersos en el 92 en la euforia de la Barcelona olímpica (y de la Sevilla de la Expo’92), creando esa contradicción que sigue marcando nuestras vidas ante las guerras actuales.

En cuanto a la técnica compositiva, lo más importante sin duda es el trabajo de los siete intérpretes, pero también la mezcla de materiales. Entre estos destacan las filmaciones en directo y unas impactantes proyecciones, a veces paralelas, como la que une a los que corren de las bombas y los que lo hacen con la antorcha olímpica, o las del alcalde Maragall pidiendo un alto el fuego en Bosnia en su discurso de inauguración de los Juegos.

Y todo ello con una cuidada banda sonora creada por Pep Pascual y una escenografía “de mentira” con pequeños abetos de plástico. Un bosque que no asusta ni inquieta pero que, sin embargo, logra dar la medida exacta del miedo que, más de treinta años después, aún invade a los que viven bajo su sombra.

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