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Crítica 'El coro'

Hermoso homenaje a la música y los educadores

el coro. Drama, EEUU, 2014, 106 min. Dirección: François Girard. Intérpretes: Garrett Wareing, Dustin Hoffman, Kathy Bates, Eddie Izzard, Kevin McHale, Josh Lucas, Debra Winger.

El canadiense François Girard ha dirigido óperas, espectáculos del Circo del Sol y documentales, de entre los que el más conocido es el dedicado a Glenn Gould (Sinfonía en soledad: Un retrato de Glenn Gould) formado por 32 piezas para seguir la estructura de las Variaciones Goldberg de Bach. Se pasó a la ficción con las pretenciosas El violín rojo y Seda. Con El coro, casi una variación a la americana de Los chicos del coro, tal vez por dirigir por primera vez un guión no escrito por él, ha logrado su mejor película. Más convencional, menos ambiciosa... y más sobriamente adaptada a sus no tan desmesuradas dotes como director.

El no muy original pero muy eficaz guión de Ben Ripley (Species, Código fuente) le permite realizar con oficio una historia con capacidad para emocionar -hasta permitiéndose excesivas licencias- y sobre todo dirigir soberbiamente a unos actores excepcionales -Dustin Hoffman, Kathy Bates, una recuperada Debra Winger y el joven descubrimiento Garrettt Wareing- que junto a la espléndida banda sonora con obras de Händel, Britten, Tallis o Fauré se convierten en los activos que hacen que se le perdonen a la película sus concesiones al sentimentalismo. Eso sí, sentimentalismo rodado con elegancia: el plano de Dustin Hoffman que cierra la película es, en este sentido, ejemplar.

Por otra parte no deja de ser positivo y trasgresor -porque lo convencional hoy es el nihilismo de gran superficie, el desprecio de la educación y la exaltación de la violencia- que una película apueste por el valor del arte, en este caso la música, para dar sentido a una vida condenada a la desdicha, el fracaso y la marginación.

No se trata de aquel rancio eslogan de "un libro ayuda a triunfar", sino de proponer a través del arte caminos de salida a situaciones que parecen no tenerla. Mientras veía esta película recordaba el caso de Louis Armstrong. De su infancia miserable en Nueva Orleans y su temprana carrera como delincuente le salvaron los Karnofsky, una familia judía que le dio trabajo y le regaló su primera trompeta. Del agradecimiento de Louis nació The Karnofsky Project, que hasta hoy facilita instrumentos musicales a niños dotados pero sin medios económicos. Podrá parecer convencional lo que El coro cuenta, pero hay en ella una verdad positiva refrendada por la vida de Armstrong y otros muchos artistas (recordemos en cine a Truffaut rescatado por Bazin): el arte puede salvar vidas.

El caso del protagonista es muy truffauniano: el pequeño Stet tiene una dura infancia sin padre y con una madre alcohólica. La rabia, la pena y el miedo le hacen adoptar actitudes violentas. Cuando muere la madre una profesora, consciente de sus dotes musicales, recurre al desaparecido padre para que lo interne en la prestigiosa institución musical The American Boychoir. Allí cambiará su vida tras afrontar fracasos, desprecios, rivalidades no siempre nobles y la inicial reticencia de las autoridades académicas. Un hermoso y bien rodado homenaje a la música y a su poder redentor, además de un oportuno homenaje a los educadores que nunca dan un talento potencial por perdido.

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