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Holland Baroque | Crítica

Lágrimas y sorpresas desde el gueto

Holland Baroque en el Espacio Turina

Holland Baroque en el Espacio Turina / Lolo Vasco

Tras la cesión de soberanía española en 1648, en los Países Bajos del Norte se prohibió el culto católico, pero los protestantes toleraron en la región de Brabante ceremoniales más o menos clandestinos, que musicalmente parecieron quedar marcados por el sentimiento de dolor y marginación. Sobre ese repertorio giró el programa de Holland Baroque

Un programa muy original para un conjunto que debutaba en el Femás y vino con cinco voces femeninas solistas y un ensemble instrumental bastante sorprendente de tres violines, dos trombones, dulcian, archilaúd, viola da gamba y dos órganos, aunque la organista Tineke Steenbrink, quien con su hermana Judith (violinista) creó y lidera la formación, pasó más tiempo dirigiendo de pie que acompañando desde el teclado.

El programa estuvo lleno de sorpresas, no sólo por los nombres prácticamente desconocidos de los compositores, sino también por una extraordinaria variedad de estilos, que incluyó el canto gregoriano con algunos retoques, los conciertos sacros con continuo típicos de principios del Seicento, con abundantes disminuciones y, en el caso de los dos de Hollanders, de intrincado cromatismo, danzas heredadas del Renacimiento pero en curiosa escritura (tres violines sin bajo), una triosonata da chiesa, en este caso bastante característica del tiempo, y piezas sacras concertadas de diversas formas, incluidos fragmentos de un Requiem del principal compositor de la propuesta, Benedictus à Sancto Josepho, un músico con una inusitada paleta de colores y un buen sentido para la retórica, con detalles como en su versión del Victimae paschali laudes, cuando representa los versos en los que se retrata el duelo entre la vida y la muerte con un acompañamiento no lejano al monteverdiano estilo concitato.

La variedad de estilos supuso también múltiples cambios de texturas y de formaciones. El uso de voces sólo femeninas (que en algunos pasajes se incrementaron con la participación de las cuatro mujeres de la orquesta y de la propia directora, en una clara simbolización del canto comunitario) y de una cuerda sin violas ni cellos apuntó obviamente a un mundo donde predominaron los agudos, que vocalmente dominó el timbre penetrante de la lyonesa Camille Allérat, voz ligera, muy grata en sus figuraciones, con la escocesa Hannah Morrison no lejos de sus elevadas cumbres, mientras la surinamesa Lucretia Starke participó solo de los conjuntos, y las dos mezzos (la alemana Ludmila Schwartzwalder y la portuguesa Laura Lopes) aportaron un interesante contraste, por sus timbres oscuros y bastante parecidos, que unieron en una interpretación enjundiosa del Ecce clamo de Hollanders, con acompañamiento de dos trombones y el continuo. La tendencia fue en cualquier caso a crear atmósferas un punto vaporosas, elusivas, por unas articulaciones en general relajadas, que se notaron especialmente en las dos piezas instrumentales, de fraseo lánguido y blanda acentuación, si bien el violín de Judith Steenbrink había mostrado notable agilidad en las disminuciones del Jesu Redemptor omnium del arranque. En definitiva, un programa arriesgado, que recupera música de desigual valor, pero toda ella interesante, en interpretaciones más redondas que aristadas, de una emotividad más lacrimógena que dramática.

El de Holland Baroque es el último concierto programado por el Femás este año en el Espacio Turina, y se celebró con una temperatura ambiente elevadísima. Es francamente lamentable y preocupante que el Ayuntamiento lleve años (¡años!) siendo incapaz de resolver el problema de refrigeración de la sala, que la convierte en determinados días (lo mismo por el frío que por el calor) en un espacio por completo inhóspito para intérpretes y espectadores. ¿Qué va a ser de la extraordinaria programación que hay prevista en el mes de mayo?

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