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MIGUEL ITUARTE | CRÍTICA

Colores de Albéniz en las manos de Ituarte

Miguel Ituarte ante Albéniz.

Miguel Ituarte ante Albéniz. / Luis Ollero

Lo de Miguel Ituarte en una nuevamente despoblada sala fue una hazaña en toda regla, porque no contento con interpretar en su totalidad las doce piezas de Iberia, las precedió de una obra tan compleja como La Vega y, de propina, tres piezas de Debussy, incluída la exigente L’isle joyeuse. Total, dos horas de música y no cualquier música, sino la cumbre del pianismo mundial.

Para abordar con solvencia esta Biblia del piano es menester, en primer lugar, dominar a la perfección todos los secretos de los colores del instrumento. Aquí Ituarte salió triunfador sin atisbos de duda, porque la combinación de su técnica de pedal con la sutileza y variedad de su pulsación le habilitaron para desplegar una amplia paleta cromática, ya desde esos maravillosos primeros compases de La Vega en los que Albéniz pinta de sonidos la contemplación de la vega granadina en un atardecer y que en manos de Ituarte sonaron como una bella evocación sonora. Y más colores en los chisporroteos de Triana, por no hablar de esa magia de sonido que aplicó en Evocación.

Segundo requisito albeniziano: combinar en plano de igualdad la melodía y el acompañamiento, máxime cuando éste es de tal grado de densidad. Para el pianista de Getxo esta exigencia no le causó problema alguno, porque siempre supo mantener claro e identificable el canto a la vez que desplegaba toda la riqueza y también claridad en las múltiples voces que tejen alrededor de la melodía una profusa e inigualable atmósfera de sonidos. Abundaron los ejemplos, pero baste como muestra su perfecta versión de Málaga.

Y más: Ituarte es capaz de matizar el sonido desde el ppppp hasta el fff de Evocación, mágico momento al compás de un fandango lejano. O los distintos planos de relieve sonoro planteados en Corpus Christi en Sevilla, desde la lejanía de la banda que anuncia el cortejo eucarístico hasta la explosión que supone la combinación de La Tarara con el Tantum ergo gregoriano. Y despues, para relajar las manos, Debussy. Ni que sería de Bilbao.

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