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Acciones sencillas | Crítica de danza

Los cuerpos en vida de Jesús Rubio

Una imagen del último trabajo de Jesús Rubio presentado el sábado en el Lope de Vega.

Una imagen del último trabajo de Jesús Rubio presentado el sábado en el Lope de Vega. / Jesús Vallinas

Tras el logro rotundo de El gran bolero, la coreografía de mayor formato de Jesús Rubio, llegó la pandemia. Tiempo para reflexionar y, en general, para trabajos de menor formato y más carga significativa.

De ella nacieron estas Acciones sencillas, en alternancia siempre con los solos del talentoso coreógrafo. Acciones que pueden serlo todo menos sencillas porque parten de los cuerpos, cinco cuerpos disciplinados y llenos de vida, con el bagaje físico, profesional y emocional que cada uno de ellos lleva consigo.

Tal vez la sencillez se encuentre en lo formal, con una estructura coreográfica, hecha de numerosas variaciones, que se repite varias veces cambiando de posición en el espacio y, por consiguiente, el punto de vista del espectador. Un entramado de movimientos que se presenta desde el principio enormemente exigente para las tres bailarinas y dos bailarines que lo interpretan.

Pero lo que nos conquista y nos implica en esas acciones -nunca gestos vacíos- es lo que van mostrando a lo largo de su desarrollo: la generosidad sin límites de sus intérpretes, su dinamismo incesante y todo el mundo de relaciones que se va creando entre ellos.

Con la danza aparece un fantástico ritmo, igualmente dinámico, hecho de palmas, percusiones sencillas y voces que van de los sencillos jaleos al flamenco o al folklore, como ese hermoso canto popular de vendimia -Con la luna madre / con la luna iré- que inmortalizara Joaquín Díaz en los setenta y que nos sumerge en una sugestiva atemporalidad, subrayada más tarde con la desnudez de los cuerpos de los bailarines.

En un movimiento casi perpetuo en el que se alternan hermosísimos solos con dúos y numerosas escenas corales, van surgiendo en nuestro imaginario reminiscencias de la pintura del Renacimiento, de grupos escultóricos griegos o de cuadros impresionistas, sabiamente iluminados por Marqueríe. Imágenes de las infinitas representaciones que se han hecho del cuerpo humano -lo único cierto que poseemos desde hace miles de años- pero cargadas de vida gracias a Rubio y a los ocho intérpretes que pueblan la escena. Un trabajo verdaderamente magnífico.

Desgraciadamente, para aplaudirlo hubo pocos espectadores en el patio de butacas. Ello indica que, si el Lope de Vega quiere introducir nuevas líneas, como la danza contemporánea, tendrá que elaborar estrategias de comunicación más eficaces para su público.

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