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José James | crítica

El jazz se encontró con el hip hop

  • El concierto de José James el viernes en el Teatro Lope de Vega causó una fortísima impresión que fue diluyéndose entre las estructuras repetitivas de su música

José James

José James / Teresa Tomé

La propuesta musical de los conciertos de José James es alucinante y en el Lope de Vega, el viernes, nos causó una fortísima impresión al principio; no es un cantante de jazz ni de hip hop tal como a estos los entendemos, lo suyo es claramente jazz, pero una forma moderna del género que explora las áreas donde el jazz y el hip-hop se encuentran. Podríamos decir de él que es un rapero espiritual, que con su voz aterciopelada brindó tanto funk y soul en sus interpretaciones, en su aura musical, que le hizo diferente a cualquier otra cosa que hayamos visto desde hace mucho tiempo. James es Prince, D’Angelo y Al Jarreau todos envueltos en uno. Pero a medida que fue pasando el concierto esa propuesta se diluyó en piezas musicales que mantuvieron igual estructura y eran más de lo mismo. Y tampoco ayudaron las parrafadas que lanzó entre muchas de ellas, larguísimas y en inglés, que en momentos determinados como ocurrió tras I found of love, rompieron la dulce atmósfera que se había creado al cambiar a su banda por su esposa, Taali, y romper la creciente monotonía que nos amenazaba; ¿de verdad eran necesario que durante más de cinco minutos nos contase cómo ella había compuesto la canción que interpretaron después?

El concierto comenzó con los sonidos de la batería de Richard Spaven, al que se unió James de forma apenas perceptible, para ir subiendo el volumen poco a poco hasta reconocer las vibraciones, muy en la línea de Curtis Mayfield, que rodean a Code y sentir como el ritmo se apoderaba del teatro. Cuando el rap se convirtió en un scratch que realizó solamente con su voz y el movimiento de sus manos sobre un giradiscos imaginario, jugueteando con la frase Don’t forget what my name is, alargando sílabas, cortando palabras, repitiéndolas, quedamos deslumbrados. Después de aquello se retiró del escenario y dejó a la banda, compuesta también por Ashley Henry, que alternó durante toda la noche un piano electrónico con otro acústico, de cola, y Daniel Windshall al bajo, desarrollando un jazz modal de corte muy clásico pero nada estático, lleno de movimiento, variación, cambios de ritmo que se terminaron cuando James volvió para continuar con su scratch. Habían pasado doce minutos y apenas nos habíamos dado cuenta.

En el Ain’t No Sunshine de Bill Whithers continuó con exactamente la misma técnica; ahora la instrumentación jazzy fue más florida porque el bajo hizo muchos fraseos por encima del ritmo de la batería, aunque eso provocó que durante más de un minuto estuviesen cruzados, sin entenderse, probablemente debido a que este bajista apenas lleva unos días en el grupo y aunque lo que hacían tenía mucho de improvisación son necesarias algunas sesiones de ensayo; Henry comenzó también aquí la cuenta de sus magistrales solos de piano y James entró de nuevo retomando la melodía, con giros constantes del rap al r&b. Habían pasado otros diez minutos.

Blackmagic, la pieza siguiente, fue la que mejor abrazó el jazz con el hip hop y Henry estuvo arrebatador cuando se pasó al piano de cola. Pero llevábamos ya 35 minutos y no se vislumbraba ningún cambio. James revisitó de nuevo a Bill Withers en Use me y después, por fin, llegó el ansiado cambio de conceptos. La banda dejó el escenario y entró Taali para sentarse a los teclados y comenzar I found love, una canción que habían escrito entre los dos en alguno de los interminables ratos de confinamiento, que pasaron juntos. When Did The World Start Ending?, respaldada musicalmente de nuevo por todos, fue profundamente envolvente, reflexiva y conmovedora, muy evocadora de las canciones de Sufjan Stevens. Todavía Taali y James cantaron juntos Come to my Door, tan bonita, tan suave, más urbana y menos jazzy que cuando él la cantaba con Emily King, muy en la onda de Gil Scott-Heron esta noche.

Con Trouble volvió a las andadas y después de otra cansina charla sobre que cada concierto es especial, muy especial, más especial que los de antes y más especial todavía este de Sevilla, remató la faena trayendo de nuevo a Bill Withers, ahora reinterpretando la famosa Just the Two of Us que este cantaba con Grover Washington Jr. para terminar el set arrasando y dejando al público que llenaba el teatro pidiendo más. Y los bises se pidieron con las habituales palmas acompasadas que usamos aquí, que dejaron a James prendado de ellas hasta el punto de que comenzó Park Bench People con ellas de fondo, manteniéndola al ritmo de nuestras palmas, con el público consiguiendo una percusión que nunca más esta canción volverá a tener. Pero la magia se perdió cuando se perdió el compás tras unos redobles de batería que las hizo callar para dejar ya la pieza fluir durante unos 27 minutos larguííííísimos, en los que hubo tiempo para el lucimiento de los tres músicos, aunque Spaven nos ofreció un innecesario solo de batería que dejó mucho que desear.

Durante dos horas tuvimos música que por momentos era ritmo puro, melodía, arreglos complejos pero también sonidos conmovedores al momento siguiente. La música que escuchamos aquí pertenecía a dos mundos, al del alma y al del cuerpo. Y a los dos dejó saturados, lo cual no resultó del todo conveniente.

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