Obregón & Johnson Huidobro

Antiguas historias del violonchelo

Josetxu Obregón y Sara Johnson Huidobro en el Alcázar.

Josetxu Obregón y Sara Johnson Huidobro en el Alcázar. / Actidea

En marzo pasado Josetxu Obregón ofreció en la iglesia de San Luis, dentro del Femás, el programa completo de su CelloEvolution, su grabación en torno a la evolución del violonchelo como instrumento solista, desde la escuela boloñesa de Gabrielli, Jacchini o Vitali, hasta Bach. El viernes vino al Alcázar para una nueva mirada sobre el instrumento en esos años, pero ahora con el acompañamiento del clave de la leonesa Sara Johnson Huidobro.

El bilbaíno abrió con uno de los Ricercare a solo de Gabrielli y también incluyó en su recital una Romanella de Giulio de Ruvo, pero se centró sobre todo en las sonatas da camera (básicamente serie de danzas, en alternancia de lentas y rápidas) de Jacchini y del propio Gabrielli, pensadas obviamente para el acompañamiento del bajo continuo, añadiendo otra sonata del turinés Angelo Maria Fiorè y un par de piezas de Francesco Supriano (o Supriani), músico algo más tardío, natural de la Apulia y muerto en Nápoles, pero que pasó por la Real Capilla de la corte del archiduque Carlos en Barcelona.

En música básicamente melódica y no demasiado exigente en lo técnico para un violonchelista de su talla y experiencia, Obregón, de sonido dominantemente oscuro, buscó los contrates en el carácter diverso de las danzas, con tempi marcadamente distintos y detalles de articulación, en una sabia combinación de sonido siempre bien ligado, pero con frases cortas y gestos ágiles del arco para enfatizar los acentos. Huidobro  acompañó desde un clave italiano de un manual con solvencia y completó con un par de arias de Storace y Frescobaldi que tocó con suficiente flexibilidad rítmica y una ornamentación demasiado contenida. Estas piezas no son sino variaciones sobre bajos armónicos típicos de la época, herencia del XVI, que sólo pueden entenderse desde la visión personal y la glosa. Lo mostró a la perfección el propio Obregón cuando en la propina tocó una Bergamasca de Vitali ahora sí con generosísima libertad métrica y exultante fantasía ornamental.

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