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Kopatchinskaja y la ROSS | Crítica

Fantasía de la violinista descalza

La violinista moldava Patricia Kopatchinskaja (Chisinau, 1977) tiene fama de extravagante. Heterodoxa para unos, caprichosa para otros, sus interpretaciones no dejan indiferente a nadie. Toca descalza y con partitura, rarezas que se olvidan enseguida ante el poderoso y bellísimo sonido de su instrumento y, sobre todo, ante la personalidad de unas versiones como la del Concierto de Chaikovski que dejó con la ROSS.

Kopatchinskaja asume sin complejos el papel creativo, y no meramente mimético, que jugaban los grandes virtuosos del siglo XIX. Su interpretación es anticonvencional y está llena de libertades de todo tipo. Se las toma con el fraseo y la articulación, con pasajes de un staccato casi barroco; con las dinámicas, incluyendo portentosos pianissimi en compases insospechados; con los acentos y las agógicas, especialmente en un final febrilmente contrastado; con los golpes de arco, con los que consigue efectos tímbricos inéditos. Todo ello obligó a Axelrod y a los profesores de la ROSS a escuchar más que nunca a la solista y a una flexibilidad muy especial en el acompañamiento, que salvaron con nota. Los resultados fueron excitantes. Nada de lo que hizo la moldava me pareció caprichoso. Aportó a la obra su fantasía, su destreza, su imaginación. Hizo música.

Antes, Axelrod había conducido una obertura rossiniana con un galop de precisa y ágil articulación. Después fue la apoteosis de las densidades straussianas, desmenuzadas en un trabajo caleidoscópico de gradaciones, claroscuros y matices infinitos.

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