Un viaje al otro lado del telón

Opening Night | Crítica de danza

Una imagen de la inquietante 'Opening Night'.
Una imagen de la inquietante 'Opening Night'. / May Zircus & Tnc

La ficha

*** ‘Opening night’. Marcos Morau/La Veronal. Idea, dirección artística y diseño: Marcos Morau. Coreografía: Marcos Morau en colaboración con los intérpretes. Intérpretes: Mònica Almirall, Àngela Boix, Valentin Goniot, Núria Navarra, Lorena Nogal y Shay Partush. Texto: Carmina S. Belda, Violeta Gil y Celso Giménez. Asesoramiento artístico: Roberto Fratini. Dirección técnica y diseño de iluminación: Bernat Jansà. Escenografía: Max Glaenzel. Vestuario: Sílvia Delagneau. Lugar: Teatro Central. Fecha: Viernes 17 de diciembre. Aforo: casi lleno.

Al comienzo, una mujer vestida de gala, con un enorme ramo de flores rojas, da las gracias en francés (todo el espectáculo será en francés con subtítulos) desde el proscenio a todos los que hacen posible su trabajo, incluidos los espectadores. Es Mònica Almirall, aunque podría ser Gena Rowlands, la actriz que interpretó en 1977 la película de Cassavates Opening night que da nombre a la pieza.

Tras un largo y emotivo discurso, nos invita, como Alicia, a atravesar el espejo, el telón en este caso, y adentrarnos en ese mundo que se oculta tras él. Un microcosmos en el que todo debe ser real, funcionar milimétricamente, para albergar toda fantasía, todas las posibilidades que el ser humano pueda imaginar.

Fascinado por esa caja escénica, llena de pasillos oscuros y puertas falsas, en la que cualquier persona ajena se sentiría perdida, incluso asustada, Marcos Morau ha atravesado su propio espejo y ha colocado en ella un montón de reflexiones, de contradicciones, de referencias…

Por un lado, da voz al artista, prisionero cada noche en esa jaula que es la escena y, frecuentemente, un extranjero fuera de ella. Seres que deben respetar una férrea disciplina y a un sinfín de marcas en el suelo para poder dar rienda suelta a su libertad expresiva.

Del otro lado, Morau nos muestra el universo que lo sustenta. Los seres de negro: maquinistas, regidores utileros(as)… capaces de moverse en la oscuridad y colarse por cualquier grieta. Y el propio escenario, el actual y el de siempre, con sus trampillas en el suelo e incluso un apuntador con su concha.

Tras unas escenas en un estrecho e inquietante pasillo lleno de puertas y puntos de fuga, la pared completa retrocede dejando a la vista un inmenso escenario en el que Morau, como en un sueño, mezcla retazos de otros espectáculos, guiños probablemente a las obras que han marcado su carrera y que el espectador completa con su propio bagaje.

Así vemos, sin imitación alguna, claras referencias al Café Müller de Pina Bausch, en el origen del teatro danza. O a ese loco maravilloso que fue Carles Santos con su piano volandero, o a esos cómicos del cine mudo que se cruzan en nuestro imaginario con los personajes absurdos de Zimmermann, siempre en lucha con los elementos cotidianos, aquí un tapiz enrollado, una caja de cartón, etc. Escenas enormemente sugestivas para los que, de un modo u otro, hemos transitado esos caminos, pero tal vez algo oscuras para los que no lo han hecho.

Bajo una aparente austeridad, hay en Opening night, en esa enorme pared, en esos telones inmensos, en esas varas que suben y bajan, en ese alarde final de focos, un punto de grandilocuencia que resta en lugar de sumar. Un exceso -de texto, de referencias, de tenebrosidad- que responde al talento irrefrenable de su director. No en vano La Veronal es la compañía española más reconocida internacionalmente.

Por ello, tal vez lo más brillante de la pieza sea la danza. Hay muchísima danza en el espectáculo, con ese lenguaje particular de la compañía, el kovo, que no para de evolucionar y que los seis intérpretes dominan de una forma increíble. Una danza en la que no cuaja ninguna colocación, ninguna dirección; en la que los cuerpos giran sobre sí mismos y parecen deshacerse una y otra vez.

Fantásticos los pasos a dos –ya en el suelo, ya en posición vertical- de la primera parte, e igualmente magníficas las escenas corales –como la del piano-de la segunda.

Quién sabe si, como una metáfora del teatro, los cuerpos aparentemente frágiles que lo habitan y caen continuamente no llegan a romperse nunca porque están hechos de otra pasta; de una materia flexible que les permite adaptarse y resistir a todos los envites.

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