Cultura

Letanía de los del hambre

Iluminación y escenografía: Ángela GQ. Interpretación y autoría: Ricardo Mena Rosado. Fecha: Miércoles 30 de julio. Lugar: Casala Teatro (Mercado de Triana). Aforo: Casi lleno.

Un monólogo para no dormirse, sin interlocutor por tanto, para utilizar la boca ya que no hay más comida que las ranas. De eso trata este Macario, muerto de hambre, que resucita, en versión física y condensada, la historia que se remonta a los hermanos Grimm y que Juan Rulfo destilara en su versión más áspera y desoladora. No es por tanto el imaginario cinematográfico de Roberto Gavaldón el que aquí se reclama -si bien se reincide en la estructura circular, en una especie de estertor ralentizado entre dos muertes, entre dos bruscos descensos de lápida-, ya que sólo se cuenta con el esqueleto del mito, con piedras y pellejo: hay que hablar, hay que invocar, como en las letanías; masticar las palabras, regurgitarlas, rimar las frases, los motivos, todo lo que ayude a alargar un lamento que ha devenido en el único modo de vida posible.

Entonces, Macario, muerto de hambre -y más en las singulares dimensiones de Casala Teatro- sólo existe en tanto que monólogo encarnado en un cuerpo y una voz, los de Ricardo Mena Rosado, más que convincente en esta media hora de exposición que lo transforma en médium de toda la marginalidad del mundo: la de Macario, la de las mujeres (a la vez madres y amantes) arrinconadas, la de los maniatados por el poder religioso institucionalizado y la de los apedreados por la sociedad de los bienpensantes. Atravesado por la enajenación, Macario es un superviviente, pero uno que parece hablar ya desde la ultratumba. Y Ricardo Mena sabe exponer muy bien su especial música, esos ritornelos tragicómicos que ritman mediante cabezazos, pedradas y tímidos contoneos de lambada apresurada.

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