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Lori Meyers | crítica

Espacios encogidos

  • Los conciertos del festival POP CAAC volvieron solo por esta semana a la pradera cartujana para acoger la ceremonia de autoafirmación que significó el concierto de Lori Meyers en la noche del jueves

Lori Meyers

Lori Meyers / Ángel Bernabéu

Fue el concierto de Lori Meyers el jueves en la pradera del CAAC un acto de reafirmación personal que agradó a sus seguidores, que son muchísimos, a tenor de la buena entrada que se registró; la mejor hasta ahora de todas las del festival POP CAAC post pandémico, si la memoria no me falla. Y he usado el verbo agradar porque no fue tampoco un concierto en el que la banda arrasara con todo, ni enganchase a toda la audiencia en un torbellino de emociones. En los momentos álgidos de todos los conciertos en los que he estado desde hace ya algunos años la visión sobre el público asistente se convierte en un mar de teléfonos móviles en alto documentando la experiencia que están viviendo; esta noche, sin embargo, era difícil distinguir algo más que un puñado de pantallitas brillando en la muchedumbre. Es posible que hayamos escarmentado de la tontería de pasar demasiado tiempo mirando esas pantallas y hayamos entendido que es mucho mejor vivir cada instante del concierto. Pero yo más bien creo que fue porque Lori Meyers dio el concierto menos arriesgado, menos ecléctico y más lineal al que he asistido en mucho tiempo.

La lista de canciones que interpretaron sirvió más que nada como retrospectiva de su carrera y no es ya que no expusiesen nada nuevo de sus singles de este año, sino que incluso de las canciones del disco que se supone -según la promoción del concierto- que están presentando, Espacios infinitos, no sonaron ni la mitad. Todo un agasajo autocomplaciente seleccionando lo mejor de unas canciones que con el tiempo están perdiendo su efervescencia porque siempre han estado más cerca de la trivialidad lírica que de la excelencia y no tienen suficiente peso como para hacer mella en la conciencia de sus fans ni permanecer en una admirable atemporalidad. Un análisis de sus canciones nos hace ver que realmente son tan poco sofisticadas como parecen en su superficie.

Lori Meyers lo tenía todo bien medido; no hay nada que objetar a ello ni a su maestría a la hora de sacar adelante cada uno su papel. Realmente no hay que anotar en su debe la mezcla de sonido, que nos llegaba limpio y perfectamente audible, pero con unas deficiencias inadmisibles en un concierto tan pautado como este, como ocurrió, por dar solo una pincelada, cuando después de que Alejandro Méndez tomase la voz cantante en lugar de Noni para En el espejo, y cambiase de guitarra para seguir con No hay excusa, en la mesa no apreciasen el sonido distinto de esta otra y sonase muy por debajo de lo que debería; el bajo sonaba muy fuerte y se comía todas las frecuencias de las guitarras. Resultaba paradigmático el título de la pieza que interpretaban: no hay excusa para que en el escenario hubiese tres guitarras sonando en esta canción y no se escuchase ninguna de ellas.

Algo que se nota demasiado también cuando uno tiene un guion tan ajustado y se sale de él son las carencias propias. No todo es admisible a la hora de dar ojana al público que te respeta; ni sé cómo los músicos que vienen a Sevilla no se dan cuenta de la dimensión de Triana y usan su legado y sus canciones para hacerles un homenaje que la mayor parte de las veces mejor se hubiesen ahorrado. Al comienzo de los bises, Noni quiso establecer un paralelismo entre Sevilla y Granada, hablando de la generación de la buena música de los 70 en nuestra ciudad, con grupos increíbles que fusionaron el flamenco con el rock, y de la época super impresionante indie y alternativa de Granada. Y lo ilustró, con su voz acompañada de la guitarra de Alejandro, en unas estrofas de Todo es de color que seguro que hicieron removerse en su tumba a Manuel Molina y Jesús de la Rosa.

Comenzaron con Seres de luz para que la gente se fuese uniendo a la fiesta en Luces de neón, gracias a un estribillo muy básico y perfectamente coreable -pa para pa pa pa- seguido de otro de sus éxitos mayores, Planilandia. Volvieron las canciones del último disco con Punk, que al contrario de lo que indica su nombre, no tiene reminiscencia alguna de angustia hiper activa, sino que los muestra tan conservadores -cualquier tiempo pasado es mejor y ya no hay canciones como antes, es su aserto básico- como todos aquellos a los que barrió ese género que da titulo a la canción; de él también fue Primaveras y su vuelta al estribillo elemental: na ra na ra na. Entre ellas intercalaron Luciérnagas y mariposas, falta de la complejidad musical que requeriría su suavidad y melodía, y Zona de confort, que marcó el mejor momento de la noche, el único que de verdad mostró la potente instrumentación que a mí, como defensor de la música indie, me da argumentos con los que revocar las acusaciones que lanzan mis interlocutores contra estos grupos, a los que consideran tan sositos. Alza tus manos junto a las mías, grita más alto lo que decías; frases para subir la energía, que no se mantuvo al alza cuando debieron continuar así en lugar de hundir el pie en el freno con En el espejo.

La cal y la arena volvieron con Siempre brilla el sol y El tiempo pasará seguidas de Hacerte volar, la canción que abre Espacios infinitos, que quedó lastrada por un fallo que nos privó durante un rato del sonido del bajo. Para cuando cantaron el Emborracharme que todo el mundo esperaba yo sentía ya que en lugar de a Noni y Lori Meyers estaba escuchando a Pau Donés con un respaldo instrumental más potente que el que tenía con Jarabe de Palo, pero con la misma falta de carisma. El público, muy agradecido, cantaba sus líneas mientras los seis miembros del grupo escenificaban la canción bebiendo y charlando en una suerte de tertulia que marcó el final del set cuando apenas llevábamos 58 minutos de concierto.

Lori Meyers en el Pop Caac Lori Meyers en el Pop Caac

Lori Meyers en el Pop Caac / Ángel Bernabéu

De nuevo el público, muy agradecido, repito, pidió más y lo hizo cantando. Y el esfuerzo quedó recompensado después del bluf trianero, con un final que, si bien careció de matices que contrastasen, al menos aplastó la entonación plana que se mantenía insistentemente todo el rato en aras de una buena pátina de potencia eléctrica; una cadena que enlazó los cuatro eslabones de Religión, ¿Aha han vuelto?, Mi realidad y Alta fidelidad. Un acople mantenido de guitarra se convirtió en anticlímax al irse transformando en los acordes grabados del Hilo de seda de los Pekenikes mientras los músicos se despedían.

Sé que en Sevilla, en pleno agosto, la afluencia de público a los conciertos varía mucho de un jueves a un viernes, pero que esta banda reuniese a tal cantidad de espectadores en la pradera del CAAC mientras la venta anticipada hace que 091 tenga que pasarse a los escasos metros cuadrados del Patio del Padrenuestro, es un misterio digno de ser analizado en el programa de Iker Jiménez. La verdad es que no desentonaría, al fin y al cabo, los argumentos de ese presentador son tan redundantes como los de Lori Meyers.

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