Madama Butterfly | Crítica

Ermonela Jaho, una Butterfly a prueba de bombas

Jorge de León y Ermonela Jaho en el Maestranza

Jorge de León y Ermonela Jaho en el Maestranza / Guillermo Mendo

Madama Butterfly es un drama íntimo, que se desencadena y transcurre en el corazón de la protagonista. Tres actos: el primero, marcado por el amor y el gozo; el segundo, por la esperanza; el tercero, por el desengaño y la extrema aflicción que conduce a la tragedia. Como la obra está ambientada en Nagasaki, Joan Anton Rechi decidió trasladar la acción a la Segunda Guerra Mundial, de tal forma que el primer acto se desarrolla justo antes del ataque japonés a Pearl Harbor y segundo y tercero tras la explosión atómica en la ciudad, que, así destruida, funciona como metáfora del corazón arrasado de la joven. La producción, que se estrenó en Duisburgo en 2017 y ha pasado ya por otros festivales y teatros españoles, funciona apoyada en la magnífica dirección de actores y en una iluminación, que en su oscuridad no resultó esta vez fastidiosa, sino en verdad fascinante, gracias a los contrastes y las transiciones. En cualquier caso, la ambientación del primer acto en el Consulado americano resulta por completo caprichosa y obliga a creer en el teletransporte de los esposos a su cámara nupcial. Lo peor es en cualquier caso ese innecesario inserto justo al final de ese acto, con la locución del presidente Roosevelt anunciando el ataque japonés y el posterior estallido de la bomba, ya que arruina absolutamente el efecto creado por uno de los mejores dúos de amor jamás concebidos por Puccini.

La soprano albanesa Ermonela Jaho ha hecho de la Butterfly uno de sus papeles emblemáticos y en Sevilla lo mostró de forma esplendorosa. De la estirpe de las grandes actrices-cantantes surgidas a partir de Callas, Jaho se sumerge en el personaje de manera conmovedora. Lírica ancha, vocalmente ha penetrado en todos los momentos del drama, y lo hace evitando siempre la sobreinterpretación, con una contención admirable en el acto tercero, tan dado a efusiones lacrimógenas. Su voz se movió con soltura por todo el registro, con un cambio de color muy marcado en la región más grave, pero que la cantante aprovechó admirablemente en el terreno expresivo. Lo mismo en los parlatos que en las agilidades, la emisión estuvo siempre fuera, resultó limpia, clara y el fraseo estuvo lleno de pequeños matices, capaces de profundizar en cada palabra. Sobrada de volumen, pudo incluso con la orquesta en el primer acto, que comandó un Alain Guingal que arrancó demasiado generoso con los decibelios (luego pareció contenerse más), lo que ocasionó algún problema a los cantantes, en especial al jiennense Damián del Castillo, Sharpless de fraseo lírico, elegante, inteligentísimo, acaso algo plano en las dinámicas, muy exigido al principio por la batuta.

Sustituyendo a última hora al previsto Amadi Lagha, Jorge de León conoce bien el papel de Pinkerton, al que sirvió con su instrumento poderosísimo, robusto y unos agudos plenos de squillo que resonaron en todo el teatro con una energía inusitada. El fraseo en cambio es tosco y en los momentos más tiernos (muy especialmente el dúo de amor) le faltaron medias voces, apianamientos más delicados y unas dotes líricas que no parece poseer.

En cambio, Gemma Coma-Alabert combinó un fraseo muy cuidado con una perfecta articulación y una fantástica proyección de su cálida voz, que la llevó a no perderle la cara a Jaho ni en el exigente dúo de las flores, uno de los momentos cumbres de la noche .

Buen nivel de los comprimarios, sobre todo por un Moisés Marín incisivo como Goro, aunque Pablo López Martín no tiene la voz oscura y tronante que requiere el tío Bonzo.

Ya se ha dicho que Guingal aprendió sobre la marcha a regular el caudal de la ROSS, que empezó con alguna vacilación en la enunciación del motivo de fuga del arranque, pero desplegó luego una amplísima gama de colores y de dinámicas en una actuación más que notable. Al mismo nivel el Coro, con las mujeres sacándose la espina de su problemática Carmen de hace unos meses. Dos de los momentos más mágicos de toda la noche, las incluye: su aparición junto a Butterfly en el primer acto, con un control exquisito del volumen, y el coro a bocca chiusa con que se cierra el segundo, que resultó de una misteriosa afectuosidad.

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