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Nocturama | crítica

Arrebatadora María Peláe

  • La segunda noche de Nocturama tuvo un protagonismo netamente femenino, con las actuaciones de Adiós Amores, María Peláe y Le Parody

María Peláe invocando al duende

María Peláe invocando al duende / Óscar Romero

Sin llegar al lleno de la noche anterior, la segunda jornada de Nocturama registró una buena asistencia de un público tan diferente del otro como el programa de conciertos que se ofrecía: Adiós Amores para abrir la noche; María Peláe, como cabecera de cartel y Le Parody para ir echando el cierre de forma agradable mientras te aguantabas las ganas de levantarte de la silla y moverte con esos ritmos electrónicos que arropaban a algo que no estabas muy seguro de si se lo habías escuchado antes a Jessiquoi o a los Hermanos Cubero.

María Peláe comenzó con unas variaciones de Cómo me la maravillaría yo que me hicieron pensar en lo peor de Califato ¾, pero nada más lejos de la realidad. María tiene una gracia infinita, domina el compás de forma tan flexible que remarca su expresividad, tan arrebatadora que no podemos apartar de ella los ojos ni los oídos. La figura de Lola Flores, presente en ese inicio y mantenida durante todo el espectáculo, se explica perfectamente por lo que María rapea en la introducción de Si se achucha, entra sobre estar en su pisito de Lavapiés viendo un video tras otro, tras otro, tras otro de la Faraona, a la que María ha actualizado e incluso dejado atrás porque llena de arte cualquier palo que toca, y lo demostró con creces en la noche del viernes ya fuese con el reggae a medias con la cumbia de San Pancracio o el tumbao del mix con el que se despidió antes de regresar al escenario para dejarnos una versión de La niña repleta de groove. Pero es que también es tan creíble marcándose un perreo como recuperando unas antiguas Tablas de sus tiempos de cantautora universitaria en Sevilla, con la sola percusión de una caja y una guitarra flamenca de la que confesó que era muy complicado extraer arpegios con los anillos de Stradivarius que llevaba puestos.

Con Antonio Bravo en la batería y Daniel Alanís en las programaciones y un bajo ocasional, María Peláe nos sumergió en su universo de canciones que rechazan las etiquetas, porque ¿qué nombre le vas a poner a unos tanguillos aliñaos con reguetón? Y nos llenó del optimismo necesario para afrontar el mundo, a veces oscuro, que describen sus composiciones y hacer realidad eso que ella dice algunas veces: Si nos morimos, que no sea de pena.

Maria Peláe fue un antídoto perfecto para los efectos que nos dejaron las dos chicas de Adiós Amores, que hicieron patente su nula evolución entre su primer concierto, allá en febrero, y este segundo. No solo no han aprendido nada, sino que repitieron los fallos del anterior incluso en la misma ocasión, además multiplicados por dos, que fueron las veces que tuvieron que interrumpir esa canción sin nombre, que empieza con Hoy ya desperté, para arreglar el sonido pregrabado. El final, con Charlotte y Hay que vivir la vida, mostró el camino que deberían seguir si madurasen de forma correcta y se acercasen más a quienes pueden ayudarles técnicamente y menos a quienes las quieren hacer pasar por la nueva sensación del pop local, algo que está lejísimos de suceder.

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