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María Terremoto y Pedro Ricardo Miño | Crítica

Terremoto contenido

María Terremoto en la Bienal de Flamenco 2022 / Antonio Pizarro

Eran, acaso, dos artistas condenados a encontrarse. Porque, desde instrumentos diferentes, la voz en el caso de ella, el piano en el de él, profesan una misma estética. La de lo grandioso, espectacular. Desbordante, poderoso, energético. Siempre en mayor, siempre en modo heroico. Siempre para arriba. Energía en estado puro. Lo brillante, lo brillante. Un ejemplo de lo dicho son los arreglos que han llevado a cabo de los estilos tradicionales que interpretaron, coro mixto incluido. Pedro Ricardo Miño sabe bien lo que es acompañar al cante, lo aprendió en su casa, de la mano de su padre, uno de los grandes guitarristas de su tiempo, Ricardo Miño que, además de un excelente solista, era un magnífico acompañante al cante. También de casta le viene a María Terremoto el cante.

Aunque, en su caso, lleva la melodía jonda a unos derroteros distintos de los de sus celebrados ancestros, mitos del cante jerezano de los siglos XX y XXI. Son otros tiempos, estoy de acuerdo. Terremoto recurre habitualmente a lo espectacular, a lo grandioso.

A proyectar la voz al máximo, a sacar todo el partido de sus enormes facultades vocales. Ejemplo paradigmático de lo dicho fueron los cantes por tarantas donde, con el modelo de Camarón, pasó de los característicos medios tonos de estos estilos hacia lo rotundo, lo más elocuente.

En su cante no existe la sugerencia ni tampoco, apenas, la intimidad. O sí. Sí. En algunos pasajes del concierto María Terremoto no se dejó llevar por esa energía desbordante que posee, y que, como digo, se ve potenciada en esta propuesta por su acompañante al piano, el sevillano Pedro Ricardo Miño. En algunos pasajes, en el comienzo de la malagueña del Mellizo, por ejemplo, pudimos apreciar un tesoro escondido. Me refiero a la hermosura de su timbre. Porque es verdad que su voz arrolladora se lo lleva todo. Incluso esos matices, esos detalles, en lo que reside, a mi entender, lo mejor del cante. Fue un clásico el que lo dijo, que en el flamenco lo accesorio se hace esencial. Ahí pudimos apreciar una voz mate, mesurada, contenida, plena de matices y de colores oscuros. Un terremoto contenido. Una pasión mesurada.

Un atisbo de lo que podría ser esta cantaora en su madurez: una artista excepcional. Que no se deja llevar por el exceso de energía, de pulmones. Lo que puede ser una artista excepcional en el futuro, desde mi punto de vista, claro está. Al público, a buena parte del público, a la que se deja llevar, le encantó la energía que derrocharon estos dos artistas, con sus invitados, y se levantó de sus asientos en varias ocasiones, ovacionando a los intérpretes.

Encomiable, por otra parte, la voluntad de crecer de la intérprete que se ha asomado en esta propuesta a un repertorio que no es el habitual suyo, el de su casa, el que le dio un nombre en esto de lo jondo. María Terremoto quiere ir más allá, pisar un territorio propio, dentro de la tradición familiar.

Aunque, no, no es la primera vez que asistimos un recital de cante acompañado, tan solo, de piano, como reza el programa de mano. Sin ir más lejos, Lole Montoya ganó el Giraldillo del cante en la Bienal de 2018 por un recital en el Teatro Alameda en el que tenía como único compañero de escena al piano de Évora. De hecho, el piano es un antiguo conocido del cante.

Ya en los cilindros de cera que fueron los primeros registros sonoros del flamenco encontramos, a finales del siglo XIX, guajiras y fandangos acompañados de excelsos pianistas, pioneros de lo jondo. El piano a acompañado al cante desde que existe el cante, esa es la verdad.

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