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Cultura

Mark Knoppfler: El hombre tranquilo viene a tocar

  • El guitarrista escocés deslumbra a sus admiradores a su paso por el Estadio de la Cartuja, en un concierto en el que alternó su discografía reciente con los clásicos de su trayectoria.

En un momento de la espléndida 20.000 Days on Earth (2014), la película documental sobre Nick Cave y su banda The Bad Seeds y su vida, el carismático músico australiano confesaba su mayor miedo: la pérdida de memoria, el sobrevenido desasimiento de todo recuerdo. De los preciosos momentos -unas veces terribles, otras aparentemente insignificantes o de indescriptible ternura- se nutre la creatividad de los songwriters. Valdría decir lo mismo de un Mark Knopfler (Glasgow, 1949) sexagenario, cuyos grandes éxitos al frente de los Dire Straits fueran acuñados hace al menos 30 años. Pero el peso del pasado asoma con una doble cara: de una parte, éste habrá de imponerse en la carrera del compositor de Sultans of Swing, Money for Nothing o Walk of Life, silenciando o neutralizando hasta cierto punto los futuros derroteros por los que discurre la imaginación y la música de este virtuoso de la guitarra. Y ahí están sus conciertos para confirmarlo: el público se compone sobre todo de fans de su antiguo trabajo, habituados ya a su figura, que aplauden con particular entusiasmo aquellos temas de antaño, tan populares. Supongo que no hay otro modo de asumir ese legado que con una media sonrisa (como la que le hemos visto hasta sus últimos días a un músico venerado por el guitarrista de Glasgow: el gigante Dave Brubeck, que siendo un compositor extremadamente prolífico hubo de encajar con cordialidad hasta el fin de sus días en el escenario que el tema que identificara a su cuarteto fuera un Take Five compuesto hacía décadas y además no por él, sino por su colega Paul Desmond).

Por otra parte, Knopfler ha abundado como otros estilistas de su instrumento (Ry Cooder, Bill Frisell, el mismo Clapton o el influyente JJ Cale) en el regreso a los orígenes, a la raíz, con letras de interés social y una constante predilección por el blues y la balada folkie con tintes celtas. Los fans de su grupo (del que se distanció hace ya dos décadas) reconocerán, no obstante, la coherencia de este hombre tranquilo que culmina en nuestro país (le verán en Santiago y Barcelona los días 29 y 31 de julio) su gira europea, en la que ha presentado su último álbum, Tracker (Universal, 2015).

Ese hombre fiel a sí mismo visitó ayer el Estadio de la Cartuja para mostrarse humilde y grande ante un público entregadísimo que llenó un tercio del recinto habilitado y que le dedicaba ovación tras ovación. Humilde porque, con la discreción y la modestia que caracterizan a Knopfler, había momentos en que no terminaba de abrirse camino entre su banda; grande porque cuando se arrancaba no dejaba dudas: era el intérprete, el guitarrista portentoso, que se había ganado un papel en la historia de la música.

Knopfler quiso empezar el concierto -tras una presentación muy british, con maestro de ceremonias con chaqueta de la Union Jack incluido- recurriendo a su discografía más reciente y acompañado de una banda pletórica. Avisaba a los espectadores: es consciente de cuáles son los himnos que el auditorio aguarda, pero él no quiere estancarse en el pasado. No importaba: la comunión ya era total. El acústico de Privateering fue uno de los regalos que el escocés y los suyos venían dispuestos a hacer, un pasaje en el que brillaron con intensidad la voz y las cuerdas.

El grupo sumergía a los asistentes en atmósferas evocadoras -mandolinas, acordeón, flautines, gaita- y hacía crecer los temas hasta que entraba la guitarra límpida, abrumadora, del amigo Mark. El autor de bandas sonoras como Local Hero o Cal estrenaba instrumento en cada canción.

Asomaba con Skydiver el Knopfler más abiertamente dylaniano, aunque habría que matizar esa referencia a la que se ha ligado tantas veces por su tono nasal: más que en Dylan su música hunde las raíces antes que nada en el folk crepuscular inglés (Fairport Convention, The Incredible String Band) y los últimos coletazos del rock sinfónico. En todo caso, Skydiver fue sin duda uno de los temas de la noche.

Apenas transcurrida una hora de concierto Knopfler volvió su mirada a Dire Straits con Romeo & Juliet, coreada por los espectadores mientras un sinfín de pantallitas de móviles registraba la ejecución del clásico. El entusiasmo ya era irrefrenable, y la euforia se desataba con Sultans of Swing.

Después Knopfler regresaba a su carrera en solitariocon Postcards from Paraguay, que para este cronista suena a Paul Simon rebajado. Knopfler, no obstante, aún tenía mucho que dar: en los fragmentos de americana dejaba atrás la vacilación y recordaba al prodigioso J.J. Cale; en la vertiente celta o irish salía airoso de caer en lo convencional, aunque lejos de ese elegante delirio al que nos acostumbraron los Pogues.

Los bises, claro, estaban destinados a esos temas instalados en la memoria sentimental, y una recuperada So far away -el legado de Dire Straits de nuevo- arrebató al público de la Cartuja, como haría otra composición emblemática, Local Hero.

Nunca fueron los Dire Straits venerados por su carácter transgresor. Como ciertas películas de culto, sus discos han girado en casi todos los hogares y han sido coreados incondicionalmente en los guateques de los 80 y los 90. La marca Knopfler es reconocible al instante, pero el estilo -bien lo sabía Cocteau- puede muy bien coincidir con la muerte de la creación. Con todo, Knopfler sabe sacar brillo hasta de lo trasnochado, y quien fue siempre un detractor o un oyente displicente de los Straits (casi tanto como de los Queen) aprecia no sin melancolía (son tantos los amigos, las fiestas) el paso del tiempo sobre la voz nasal y la guitarra afilada.

La web del músico traza el perfil de este hombre tranquilo: "No verás a Mark Knopfler en titulares de la prensa sensacionalista". Los titulares que protagoniza el intérprete, ayer lo dejó claro, son por su música.

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