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Mercedes Peón | crítica

Imposible equilibrio osmótico

  • Mercedes Peón presentó en el Teatro Central su obra "Osmose", un híbrido de música, audiovisuales y performance que fascinó a todo el público, que llenó el recinto

Mercedes Peón

Mercedes Peón / D.S.

Para alguien como yo, que antes de jubilarse y convertirse en plumilla curturá full time se había pasado casi cuarenta años de su vida laboral trabajando con riñones artificiales, una de cuyas bases principales de funcionamiento es la ósmosis, la curiosidad por ver como se asociaba este fenómeno físico con la música era un atractivo por el que no tenía más remedio que dejarme atrapar. Así que ayer domingo a mediodía me dirigí al Teatro Central para ser uno de los espectadores que lo llenaron por completo y se asombraron de cómo Mercedes Peón, apoyada por Laura Iturralde desde el rincón derecho del escenario, construyendo la fastuosa arquitectura lumínica del montaje y Peque Varela desde la grada, con la intervención visual y la dirección escénica, era capaz de sacar adelante el espectáculo Osmose, una pieza híbrida de música, audiovisuales y performance, que rendía homenaje a la lucha de las trabajadoras gallegas de Pontesa, una empresa de porcelanas en la que su millar de empleadas pudo empezar a construir su independencia a base de conquistas laborales, antes de que cerrase definitivamente con este nuevo siglo, y de las mujeres conserveras gallegas que, aunque todavía hoy ocupen más del setenta y cinco por ciento de las plantillas del sector, siguen peleando por romper la brecha de género que las mantiene con sueldos y contratos bastante peores que los de los hombres.

Peón utiliza la ósmosis que le da nombre -en gallego- a su obra como una metáfora del proceso de cambio radical de vida de las trabajadoras, en imposible equilibrio con las imposiciones capitalistas de las que ha sido consecuencia. Para ello, su propuesta escénica se basa en las membranas semipermeables que durante el proceso de ósmosis dejan pasar a través suya el agua, pero no los solutos que lleva disueltos en ella, y utiliza como herramienta central y principal un enorme telón transparente y semipermeable a las imágenes y sonidos, que coloca en el borde delantero del proscenio, ocupando por completo toda la superficie más cercana a los espectadores, y filtra hacia nosotros las imágenes cinematográficas y los sonidos que provienen de las máquinas de Peón y de su propia interpretación en directo con el piano electrónico, las percusiones, el clarinete, la gaita, su voz, dejando tras él las corporalidades de las artistas creadoras, los cuerpos incorporados a la producción.

Mercedes Peón Mercedes Peón

Mercedes Peón / D.S.

El montaje tiene su alfa y su omega en una filmación casera, en la cocina de una casa de Galicia en la que una familia está de fiesta, cantando y bailando muñeiras al ritmo de gaita y pandereta que, aunque sirve perfectamente como contexto a lo que vendrá después y tiene su gracia, se tornan excesivos y algo cansinos los ocho minutos de introducción sin aportar nada más. Pero una vez que esas imágenes se diluyen en el éter Peón hilvana un maravilloso tapiz sonoro, con hilos tradicionales y vanguardistas, extraídos sobre todo de su tercer disco, Sihá, del 2007, del que pude reconocer esa Igualiña que os antiguos con que comenzó el viaje por los sonidos urbanos y electrónicos, además de Ingrávida, y también del cuarto, Fol, del 2010, con la recreación de Babel, su mejor pieza. Las fue uniendo, formando un todo indivisible con el techno repetitivo, más oscuro y áspero, que servía de fondo a la trabajadora de Pontesa que contaba como la huelga que llevaban a cabo las obligaba a dormir en el suelo, entre ratas, y los ritmos metálicos apuntalados por la tensión y la presión intensa sobre la que la trabajadora conservera se quejaba de que metiesen a hombres a hacer el trabajo que siempre habían hecho ellas, pagándoles el doble, y permitiéndoles no hacer nada y estar como reyes, mientras ellas tenían que volver a asumir ese trabajo.

Las imágenes de estas trabajadoras, las de la policía repartiendo estopa en la concentración, las de la salida de la factoría, todas ellas de la obra Nación, de Margarita Ledo, componían inmensos planos, a veces mareantes, mientras la imagen de Peón, quedaba diluida y empequeñecida detrás, entre juegos lumínicos de una belleza singular, muchas veces más atractivos que la propia música, desbancando así el punto focal a las florituras sutiles o los ataques violentos que llegaban a nuestros oídos, a veces improvisados. La mezcla de todos los elementos fue innovadora: polirritmias de compases ternarios, voces tratadas electrónicamente, dialogando con las imágenes para dar lugar a atmósferas industriales, a energías telúricas, en una dramaturgia construida como nunca habíamos visto anteriormente. Una propuesta impresionante.

Ya subido el telón que diluía a Peón entre los materiales artísticos, y liberado completamente el escenario, esta nos ofreció, de forma más convencional, un bis para el que volvió a su tercer disco, rescatando Ben linda, la musicalización muy libre que basó en la carta que una adolescente presentó como redacción de clase a un profesor amigo de la artista, en la que relataba el maltrato que sufría en su casa. Aún partiendo de un tema tan doloroso como el del patriarcado aplastando la libertad de las hijas, Peón no se centró en la bipolaridad de la guerra del hombre contra la mujer y logró una pieza alegre y muy bailable, jugando con las palabras hasta llegar a un final divertido en el que la pandereta terminaba finalmente liberando a la chica. Un final más accesible, que alivió la fascinación de nuestros sentidos.

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