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Montero Glez: "Para mí hay un antes y un después a la hora de leer a Juan Marsé"

El escritor y periodista Montero Glez

El escritor y periodista Montero Glez / Lola García Garrido

Se define a sí mismo como “un hombre que escribe” –jamás un escritor- y su obra son fogonazos de personalidad y hallazgos. Montero Glez (Madrid, 1965), autor de novelas como Manteca colorá, Pistola y cuchillo o Sed de champán, acaba de publicar en la editorial Navona un conjunto de relatos, entre la memoria y la ficción, en los que se recuerda a artistas como Miquel Barceló, Enrique Vila-Matas, Agujetas o Ceesepe. El trabajo tiene por título La vida secreta de Roberto Bolaño. Sobre el autor chileno –que cierra este carrusel de imaginación y aciertos- escribe Montero Glez una sutil reflexión acerca de la promoción editorial y de cómo funciona “la civilización del espectáculo”. Un texto agudo, divertido y ácido, que desenmascara las imposturas del gremio literario y que desacraliza los altares de nuestra literatura. Sobre estos asuntos, y otros tantos, se desarrolla la conversación con Montero Glez.  

-¿Este libro es un tributo a nombres esenciales para la obra de Montero Glez?

-Sin duda lo es. Un tributo a artistas esenciales para mí. De la literatura, del flamenco, de la pintura. Por ejemplo: el Agujetas, Barceló o Luis Claramunt. Es un pequeño homenaje a mis maestros. El pequeño homenaje que uno puede hacer.

-Entre esos maestros está también Juan Marsé. Se intuye que conocerlo fue importante para usted.

-Con Juan Marsé pierdo la inocencia. Para mí hay un antes y un después a la hora de leer a Juan Marsé. Yo leía a Kipling, a Verne, a Dumas. Leía la literatura juvenil. Hasta que llega Juan Marsé. Con Si te dicen que caí me di cuenta de que la literatura servía para otra cosa. Tendría por aquel entonces diecinueve años. Fue ahí cuando me di cuenta de que la literatura servía para pervertir la realidad y la verdad. Después de esa novela ya empecé a leer Los pescadores de perlas, de Salgari, y yo ya veía la literatura de otra manera. Con Juan Marsé aprendo a leer entrelíneas. Con él veo que la literatura va más allá. 

-Y de un autor catalán, a otro. En este caso Enrique Vila-Matas. Parece que no le convence demasiado.

-De Enrique Vila-Matas hay cosas que me gustan de él. Y bastante. Otras no tanto. Pero como lector tengo derecho a que no me gusten otros autores. Igual que mis lectores y lectoras tienen derecho a que algunas de mis obras no les gusten. A mí no me ofende. Están en su derecho. De Vila-Matas valoro mucho Dietario voluble, y le sigo mucho en sus artículos. Suele dar buenas pistas sobre otros autores. Gente que de otra manera no hubiese conocido. Vila-Matas tiene un imaginario de una gran riqueza. Eso lo reconozco. Me gustó también mucho su novela sobre París, en la que cuenta cómo le alquiló una buhardilla a Marguerite Duras. Sin embargo, hay otras cosas que no me gustan.

"Hay cosas que son producto de mi imaginación y que sin embargo las he vivido más que otras de mi realidad"

-¿La metaliteratura?

-Claro. Es un género que a veces no me gusta. No obstante, que a mí no me guste no quiere decir que sea mala.

-¿La pintura y la música le han influenciado casi más que la literatura?

-Tanto o más, sí. La música me ha influenciado muchísimo a la hora de construir la frase. Cuando digo música me estoy refiriendo al flamenco o al jazz, no a la música popular española de Los 40 Principales. Esa reconozco que no. De hecho, me parece una vulgaridad. A mí me gusta Miles Davis, Charlie Parker, Chet Baker. Y luego me gusta mucho la música clásica: Ígor Stravinski, Ravel o Debussy. Todos los impresionistas franceses. Esa línea. Aunque también me voy para atrás y me gusta Beethoven, Mozart, Bach. Hace un ratito estaba escuchando La pasión según San Mateo. En fin, me gusta todo lo que no sea popular o comercial. Entiendo la música como alimento para el espíritu. Del flamenco a la salsa. Con la pintura me pasa igual. Con Ceesepe por ejemplo aprendí que todo cabe en un cuadro. En todas sus obras hay una armonía adecuada. Gracias a esta forma de mirar que me descubrió Ceesepe he podido juntar en este libro a Hemingway con Roberto Bolaño o con el Agujetas. O a William Burroughs con Luis Claramunt.

-Ahora que menciona al Agujetas. ¿Es cierto lo que cuenta en La vida secreta de Roberto Bolaño? ¿Conoció al cantaor una noche y terminó con él tomando una cerveza al alba?

-Mis aportes a la realidad son de ficción. Hasta tal punto que confundo una y otro. Hay cosas que son producto de mi imaginación y que sin embargo las he vivido más que otras de mi realidad. Vuelvo aquí a un párrafo fundamental para mí. Un párrafo fundacional para todos los que nos dedicamos a escribir. Me refiero al párrafo de El pozo, de Onetti, que dice: “Se puede mentir de muchas formas, pero la más repugnante de todas es decir la verdad. Toda la verdad. Despojando de alma a los hechos. Porque los hechos son siempre vacíos. Son igual a recipientes vacíos que toman la forma del sentimiento que los llena…”. Ahí, en ese párrafo, se resume qué es la ficción. 

"El recurso más brillante de todos es la metáfora. Identificas el término real con el imaginario. Ahí mides la imaginación del autor"

-Menciona usted El Candela. ¿Qué significó ese lugar en su vida?

-Fue mi escuela. Esa cueva en el barrio de Lavapiés. Donde me pasé noches y noches. Noches que eran días. Y semanas enteras. Yo pasé por la Universidad, yo estudié en la Complutense. Pero aquí sólo vi construcciones teóricas. La práctica de escribir, si no llega a ser por El Candela, no la hago. No me enfrento al papel en blanco.

-Afirma que Roberto Bolaño –último protagonista del libro- le cuadra más como poeta. No tanto como narrador.

-Como poeta me parece muy bueno. Un gran poeta. Su poesía realista me llegaba hondo. El poema Sucio, mal vestido es extraordinario. Aprecio a Roberto Bolaño como persona. Me gustaba mucho escucharle hablar. Hablaba muy dulce. Era almíbar y estaba podrido de literatura. Bolaño era un lector compulsivo y una persona maravillosa. Como narrador me gusta menos, sí.

-Ya que estamos con poesía. La metáfora es un recurso clave de su estilo. Se ve en estos relatos.

-El recurso más brillante de todos es la metáfora. Identificas el término real con el imaginario. Ahí mides la imaginación del autor. Con una buena metáfora consigues poner ahí a los lectores. Consigues que se queden. Ya no ven sólo letras. Se ve la literatura.

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